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30 de junio de 2012

LA VIAGRA POR FAVOR GRATIS TOTAL

Aquí en Messolonghi, como todos estamos muertos, no nos importa que la señora ministra quiera el cobro total para ciertas pastillas. Sin embargo, a más de uno nos arruinaría la trascendencia si retirara la fabulosa Viagra de nuestras inmanencias. Y es que los muertos aún piruleamos tanto o más que si participásemos en una película española. La señora ministra de Sanidad tendría que tener en cuenta que el único medicamento eficaz que se ha inventado es, precisamente, la milagrosa Viagra, un hallazgo que eleva a la humanidad casi a niveles de melodía inacabada. Todos los demás medicamentos son imposturas y pócimas que hacen crujir la salud como la grava de los cementerios. De modo que el nuevo recorte presupuestario en la factura farmacéutica es absolutamente necesario, no solamente desde un punto de vista económico, sino de la propia salud del viandante consumidor. Porque si seguimos ingiriendo medicinas sin medida, el cielo se va a convertir en algo más que una promesa inmediata. Recuerdo que una señora de ochenta y cinco años, enferma de corazón, muy conocida de mi familia, fue hospitalizada en un estado de extrema gravedad. El médico que la atendió, con mucha sensatez, ordenó que le retiraran la medicación que hasta la fecha le habían recetado, ya que todo indicaba que moriría a las pocas horas. La familia decidió entonces llevársela para que la pobre muriera en su cama. Sin embargo, milagrosamente, la moribunda se despertó al día siguiente como si tal cosa. Vivita y coleando. Al parecer, su organismo, al verse libre de la droga farmacéutica, reaccionó maravillosamente a la purificación; y la señora, echándole casta a la vida, se vino arriba, pidió el desayuno, comió a mediodía y, por la tarde, se puso a ver el culebrón mejicano de la tele ante la estupefacción de sus hijos. Lo mejor de todo fue que la estupefacción les duró nada menos que tres años. ¡Tres años de prórroga por no tomar ni una sola de esas pastillas que te laberintan los cables por dentro como si fueras de la Telefónica! Hace muy bien, por lo tanto, la ministra de Sanidad, en no financiar ese exceso del pastillamen que nos envenena la sangre y convierte nuestro cuerpo en una Babel de ruidos, caras hepáticas y corazones de luna fría. Los medicamentos, amigos míos, nos hacen algo así como fantasmas vagabundos de hígados espectrales con suspiros de juerguistas cirróticos. Quiero decir que una dieta prolongada sin pastillas es la mejor terapia para vivir muchos años, en el caso, claro está, de que uno quiera vivir muchos años, que esa es otra historia. No en vano, el método más utilizado por los suicidas profesionales es un cóctel de pastillas con unas gotas de granadina, por la cosa del diseño. Un tubo de barbitúricos y, al instante, ¡zas!, se pone uno del mismo color que la panza de los lenguados. Pero, como he dicho al principio, existe una excepción inaplazable y la señora ministra, velis nolis, tiene que respetarla. Me refiero, claro está, a ese prodigioso invento llamado Viagra, un medicamento trascendental que afecta principalmente al mismo centro neurálgico de la vanidad masculina. Así que la señora Mato, en mi opinión, no debería jugar con las cosas del comer, debiendo desviar el ahorro fiscal hacia otras constelaciones psicológicamente mucho menos sensibles. La Viagra es el sueño sagrado de los inviernos fríos, y el déficit público no es excusa para retirarla de la caridad presupuestaria del Gobierno. Que se lo digan, si no, a la señora del teniente francés, pues dicen que la jai no sale del gimnasio y debe de necesitar cada noche la inspiración y el galope de un juglar en estado de gracia. Y es que la Viagra incluso te concede el beneficio de la duda. Insisto.

29 de junio de 2012

EL LONDRES DE VIRGINIA WOOLF

CARTAS A DORA MALENGO 28 DE JUNIO DEL 2012 QUERIDA DORA: alguien me ha escrito y me ha dicho que te ha visto en Londres. Me ha contado que ibas tú por la calle Oxford, entre paraguas, bombines y gabardinas claras, con esos andares tuyos de gacela bien educada. ¿Qué haces en Londres? Imagino la cantidad de compras que efectuarás en Harrods y por las tiendas del Soho o en los famosos mercadillos de Nothing Hill y Candem Town. Me gustaría ser uno de esos tenderos para venderte mi alma y, si tú quisieras, hasta la sustancia nutritiva del tiempo. Como te dije en mi última carta, ahora leo a Virginia Woolf, me acuesto con ella, desayuno con ella e incluso sueño que soy Virginia Woolf y voy y me lleno los bolsillos de piedras para que su río me acoja en una cama ancha y me duerma a su lado. Tú estás en Londres, mi querida Dora, y yo leo cosas de Londres porque quiero estar más cerca de ti y de ella, Virginia, que eres tú misma y ella eres tú y también eres esa obsesión de las dos por las lejanías y los olvidos, como si aquí no estuviera tu casa, vuestra casa, esa casa que nunca tuvimos y que sólo podremos construir entre las brumas del recuerdo. Maldita sea, Dora, cómo te gusta que yo te imagine imponente, altisidórica, firme en tus andares excelsos de amor imposible. ¿Acaso lograría yo que tú te desprendieras de una mirada conmiserativa, como de limosna, para alegrarme el resto de mi vida? ¿Es que no crees en el Domund? Pues yo soy el negrito ávido que precisa de tu gestos para amamantarme la anemia, por muy altivos que sean esos gestos o por muy desdeñosos. Ya sólo aspiro, amor, a que me sueñes una noche. Como si yo fuera un falso presagio. Un beso.

23 de junio de 2012

TRANQUILIDAD VIOLETA

CARTAS A DORA MALENGO 21 DE JUNIO DEL 2012 Querida Dora: estos días se han sucedido con demasiada tranquilidad, aunque la procesión, obviamente, vaya por dentro. Mi novela policíaca no acaba de aparecer, sin bien el editor me dice que ha “entrado en máquinas”, y el libro sobre Hemingway sigue su calvario editorial, como ya se esperaba. ¡No te puedes imaginar cómo son los editores! Raro es el que te habla claro y te dice realmente lo que piensa y lo que hace, sin contar la imaginación que se gastan a la hora de discutir los derechos de autor. Si la emplearan en escribir, los escritores seríamos desplazados al limbo del olvido. Pero en general, la semana ha sido tranquila, además de fría. Sólo he salido una vez de casa, justo ayer, ya que tuve que ir a Zamora para firmar unos documentos, los últimos flecos de una cosa muy aburrida. De paso, me he tomado una copa de vino con mi amigo Patricio en el bar La Bombilla, enfrente del Mercado de Abastos. Dos platos de boquerones fritos cayeron por obra y generosidad del gran Alfredito, esa labia nerviosa de mandil blanco, el mejor y más caro pescadero de la plaza. Por cierto, le compré un besugo espectacular y un cogote de merluza digno de la mesa de un rey. El cogote lo comimos ayer guisado a la vizcaína. O sea, primero lo metes al horno con un poco de aceite de oliva, y luego lo rocías con el sofrito de un ajo y una pizca de guindilla. Yo te recomiendo que lo comas acompañado de un buen champán o, en su defecto, con un vino blanco para que refresque el paladar de los ardores del picante. Pero lo mejor de la semana es que he recuperado mi pasión por Virginia Woolf. Todas las tardes, después de la siesta, leo un buen trozo de “Al faro”, una novela que imperdonablemente no había leído, pero que ahora me alegro del descuido porque estoy disfrutando tanto como un niño en el día de Reyes. Para mí hay cuatro escritores imprescindibles y que, sin ninguna duda, revolucionaron la novela del siglo XX: Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner y Virginia Woolf. Se trata de los cuatro escritores que me están enseñando a escribir, ahora que soy casi viejo y a nadie le interesa ya lo que pueda decir. Si es que tengo algo que decir. Me refiero a que ahora te soy infiel, mi querida Dora, con esa chica inglesa tan delicada de salud por culpa de las nieblas londinenses que, poco a poco, le fueron carcomiendo el alma como si sus miedos estuvieran forrados de la peor madera del mundo. Y es que, a veces, la necrofilia forma parte de las perversiones eróticas de los hombres, al menos en lo que a mí respecta, claro está. La otra noche, por ejemplo, me fui a la cama escandalosamente alterado hasta el deliro por la imagen de Rita Hayworth. Y es que en la tele pusieron nada menos que “La dama de Shangai”, película donde la actriz aparece, en mi opinión, más hermosa que nunca, mucho más que en “Gilda”, es decir, más refinada y como más en plan señora de misa de una. ¿Acaso no fue necrofilia? Pues lo mismo que lo mío con Virginia Woolf. Aunque, bien mirado, cualquier recuerdo de mujer es una forma de necrofilia para el amante abandonado, por muy viva que siga aún esa mujer. Por ejemplo, tú, mi querida Dora, eres un recuerdo para mí y mucho más que un recuerdo, en realidad eres pura pasión necrofílica en mis noches de luna llena y de insomnio consentido. Tú eres Dora y ya estás, por derecho propio, en el mausoleo de mis grandes amores, junto a Rita y a Virginia y a otras diosas maravillosas de mi juventud perdida. Todas ellas se me aparecen de vez en cuando, de una forma o de otra, menos tú, Dora, tan silenciosa como una geisha de porcelana. Escríbeme, al menos, una postal. Desde los altares de tu escondite.

ELOGIO DE LA PRIMA DE RIESGO

Ahora es cuando la vida cruje como el hielo bajo las botas. Somos como vagabundos dorados en busca de antiguos esplendores. El cielo sólo es ya una promesa aparcada por urgencias bancarias y mediopensionistas. Sin embargo, la tierra se mueve, ya lo creo que se mueve, como dijo el Galileo de Bertold Brecht. Y ahora es precisamente cuando se debería dar la talla de sujetos bien templados. En primer lugar, porque el aburrimiento ha desaparecido de nuestras vidas gracias, sobre todo, a la Prima de Riesgo, quien se ha ganado a pulso la gloria de las mayúsculas. La Prima de Riesgo es como una luna fría que ilumina los temblores de la impaciente altivez de los enamorados. Me refiero, claro está, a los enamorados de la vida y su deseo juvenil y a sus sueños de una noche de verano. Veinte años de esplendor económico son suficientes para que el péndulo de la fortuna vuelva grupas hacia la nada. Y la nada, amigos míos, puede ser la experiencia más interesante de nuestras vidas. Naturalmente, todo se lo debemos a Zapatero y a su desesperada pasión por el déficit público. Gracias a él podemos ahora los españoles vivir la experiencia de tener sobre nuestras cabezas las ruinas de un cielo derribado. El cielo que los socialistas, en su bondad despilfarradora, nos tenían prometido desde el siglo diecinueve. Gracias a ellos, ahora que sabemos de nuestra miseria, renacen las vocaciones sacerdotales por el oriente y se desempolvan, por el occidente, los viejos manuales existencialistas de Sartre y Camus, y vuelve a estar de moda el viejo nihilismo de Nietzsche. Al menos, ya tenemos otra vez sobre la mesa el debate filosófico de siempre, desde que el mundo es mundo. Y eso, como digo, se lo debemos a las ansias despilfarradoras de Zapatero, que es sin duda el inventor de la Prima de Riesgo y su empinada escalera de Jacob. Curiosamente, ahora es cuando principia la befa parlamentaria de ver a los socialistas rasgándose las vestiduras, además de seguir pidiendo más dinero para más romerías, echándole la culpa de todo al nuevo Gobierno y, sobre todo, a la pobre Ana Mato y a su fabuloso “Jaguar”, regalo de su marido en el día de San Valentín. Pero a mí lo que más me conmueve es que, con la Prima de Riesgo más allá de la última galaxia, vuelvan los mineros a la carga y a querer salvar España como en la Revolución de 1934. Quiero decir que lo más interesante es que vivimos una repetición de la Historia, ya que en la calle tenemos, repetido y aumentado, lo que en España sucede cuando los socialistas pierden el tren del poder y se van al carajo por el sumidero de las urnas. O sea, que es normal que, después de ocho años en las poltronas, la Prima de Riesgo entre de puta en Pasapoga y las señoras de los mineros se vengan a Madrid con el puño levantado, entrando en el Congreso en plan milicianas, para que los socialistas les aplaudan como si fueran las chicas de oro del “Un dos tres, responda otra vez”. Y esta maravillosa vuelta a los años treinta se la debemos, íntegramente, a la Prima de Riesgo y a su voz aterciopelada, inocente criatura donde las haya, que nos mira cada día a través de sus largas pestañas para helarnos el corazón y la cartera. Por eso les digo que la experiencia merece la pena vivirse. No hay como una buena decadencia para encontrarse a sí mismo. Para mí que ha llegado el tiempo de buscar esa cosa tan rara del “ser” de la que hablaba Heidegger, ahora que te cierran el cabaret de la vida y los escaparates se quedan a media luz. O sea, como cuando la diñas.

16 de junio de 2012

CABALLERIA RUSTICANA

Me habría gustado que este artículo versara sobre la ópera de Pietro Mascagni, “Cavalleria Rusticana”, pues la otra noche la representaron, aquí al lado, muy cerca de Messolonghi, en el teatro de Epidauro, un milagro acústico del arquitecto Polícleto el Joven. Una delicia oír de nuevo a la Callas cantando aquello de “Voi lo sapete, o mamma”. Sin mencionar, claro, ese maravilloso “duetto” interpretado entre la Meier, sublime criatura, y José Cura. No saben cómo disfrutaría contagiándoles el entusiasmo, la emoción que me embargó al oír estas maravillosas voces y esta música sublime, además de vivir el drama que allí se representaba. Sin embargo, no es posible. Se lo comenté a D´Anunccio al salir del teatro y me dijo que lo más chic que se podía hacer era invadir Etiopía. La política nacional, tal como ahora la vivimos, me impide, por obligación ciudadana, asumir el silencio de los corderos. Sin embargo, existe cierta similitud entre el nombre de esta ópera maravillosa y lo que ahora ocurre en el Congreso de los Diputados. Me refiero, como ya habrán adivinado, a que la bancada socialista se ha convertido, como por arte de Belcebú, en una pura e intolerable “caballería rusticana”. Ustedes dirán que, en italiano, “cavalleria” significa nobleza, pero les aseguro que mi intención no es italianizante sino puramente quevedesca, o sea que el término hay que traducirlo en su sentido más zoológico, tal como suena. Pues bien, la caballería socialista ha sido alertada desde la cúpula olímpica de Ferraz para que no galope acomplejada sobre la pista del hipódromo de la Carrera de San Jerónimo. Les han explicado muy clarito que no importa que el partido y el Gobierno del señor Zapatero hayan dejado el país como no digan dueñas, o sea, como el burdel de la Margot después de una fiebre del sábado noche, sino que han de atacar las posiciones y los flancos populares como si la crisis hubiera empezado la última Nochebuena. Pero esta consigna no sólo ha sido difundida en el seno de la caballería parlamentaria, sino también allí donde se pueda producir cualquier debate político y, sobre todo, económico. Quiero decir que a los socialistas les han lavado sus centros neurálgicos, si es que los tenían, para que su discurso acerca del estado de la nación se cubra de una pátina tan inocente y virginal como esas púberes canéforas de las vasijas griegas. ¿A ustedes no les entra por dentro como un arrobo religioso cuando oyen la voz célica de Rubalcaba? Parece como si trascendiera y su agotamiento intelectual necesitara con urgencia un vaso de leche con dos yemas. Incluso se le pone carita de San Juan de la Cruz en plena faena místico/poética. Claro que a los periodistas de la cuadra socialista, esos apesebrados que revoltean de cadena en cadena, defendiendo lo indefendible, también parece que les afecten las consignas del Gran Hermano. Se habrán fijado ustedes que, en cualquier apuro dialéctico, ellos siempre sacan a pasear el nombre de Valencia, como si esta comunidad fuera el gran paradigma de la política del Partido Popular. Valencia se ha convertido en la tabla de salvación del naufragio electoral socialista. Naturalmente, hay dos palabras mágicas que, además de Valencia, les pone más finos que una rayita de Viagra. Me refiero, claro está, a “rescate” y “recorte”, dos voces para enmarcar en el despacho de esa tal Rodríguez, doña Soraya, junto al diploma que le acredita “cum laude” sus conocimientos sobre la praxis del “corte y confección”. Si al menos las dos Sorayas se tiraran de los pelos en uno de sus rifirrafes parlamentarios, la política española adquiriría valor operístico y dejaría de oler a champú de caballo. De momento, creo que voy a invadir Etiopía, junto a mi amigo D´Anunccio. Luego la rescato y la recorto.

15 de junio de 2012

SAN ANTONIO DE PADUA

CARTAS A DORA MALENGO 14 DE JUNIO DEL 2012 Querida Dora: Ayer fue mi santo. Trece de junio. San Antonio. Y aunque mi padre ya no está entre nosotros, también fue su santo, y lo celebramos como si el pobre estuviera presente. Recuerdo que, cuando era pequeño, mi madre siempre preparaba una buena fuente de ensaladilla rusa, pero ni era para mi ni para mi hermano Juan, sino para las visitas que venían a casa a felicitar a mi padre. Solían llegar a la hora del aperitivo, entre la una y las dos del medio día, se tomaban una cerveza con su plato de ensaladilla y se marchaban. Todos decían que la ensaladilla que guisaba mi madre era la mejor que habían probado nunca. Yo también lo pensaba y ahora lo sigo creyendo. El secreto es que los ingredientes sean frescos y la mahonesa ligada con aceite de oliva virgen. Hay gente que no está de acuerdo en el asunto de la mahonesa y el aceite de oliva, ya que lo prefieren de girasol. Cuando trato de rebatir semejante sacrilegio, los “girasoleros” aducen que sobre gustos no hay nada escrito. Y se equivocan. Sobre gustos ya está todo escrito. Y te aseguro, Dora, que una mahonesa ligada con aceite de girasol es una aberración culinaria, pues le sustrae uno de los sabores más genuinamente españoles de todos: el del aceite de oliva. Pues bien, vinieron algunos amigos a felicitarme. Y sabiendo mis vicios más perversos, todos, absolutamente todos, me regalaron libros. Mi agradecimiento. Naturalmente, les invitamos a comer la tradicional y “sanantoniana” ensaladilla rusa y de paso unos langostinos y un buen pollo de corral guisado a la manera de San Marcial, una maravilla de pollo que nos cocinó la señora del bar del pueblo, una de las pocas guisanderas que quedan aún por estas tierras leonesas. Después jugamos a las cartas, vimos un partido de la Eurocopa y mi amigo Manolo y yo nos merendamos al alimón un par de cafés con leche y un buen trozo de una de esas trenzas maravillosas de la pastelería zamorana. Como es natural, y así como sin querer, llegaron los güisquis para agudizarnos el ingenio y liberarnos de inhibiciones absurdas con unas risas a tono con el día que celebrábamos. En realidad, lo pasamos muy bien, aunque me hubiera gustado, mi querida Dora, que estuvieras con nosotros. Hay algunas ausencias que, si bien ya parecen asumidas por culpa de la costumbre, nunca dejan de estar presentes en la memoria. Sobre todo, en los días más señalados. Un beso muy especial.

9 de junio de 2012

DE MARBELLA AL CIELO Dicen que don Carlos Dívar, presidente de un par de sitios, y de una beatitud cercana a la de Liébana, galleaba en Marbella con cargo al Presupuesto. Pues digo yo que no están las cuentas públicas para que los funcionarios, bujarrones o no, vayan tirando de veta, a tuti pleni, como si la prima de riesgo fuera el efebo que vino a cenar. O sea que, después de lo de Garzón y sus cartas marruecas dirigidas al señor Botín, nos viene ahora otro magistrado, con la Visa Oro entre los dientes, dispuesto a vivir las mil y una noches a costa del contribuyente. Digo yo que si no habrá por ahí un cargo público, hecho a mi imagen y semejanza, para que yo también pueda prevaricar y malversar fondos y, sobre todo, tostarme la piel en una playa desierta, al lado, siempre al lado, de alguna rabiza rubia del “My Lady Palace”, mancebía que suelo frecuentar en Marbella cuando me bajo al moro. Claro que lo peor del asunto de Dívar no es su presunta disposición al alegre candombe, ni sus cenas de lujo, velitas encendidas y noches de negro satén, ni tampoco que haya utilizado el erario público para entretenerse la vida, sino que a la gente le coja desprevenida estos comportamientos humanos de picaresca y doble vida, como los del doctor Jeckill y Mr. Hyde. El hecho de que todo un presidente del Tribunal Supremo y del Consejo del Poder Judicial, famoso por su religiosidad, sea como la rosa de Alejandría, roja de noche y blanca de día, resulta algo de lo más frecuente en la vida social y política de cualquier tribu, raza, pueblo o nación. Todos en el fondo llevamos una doble vida, disponemos de una estancia secreta, es decir, de una máscara de carnaval que nos sirve para ocultar esa otra cara de la luna que no queremos exhibir. Jung llamó a esta personalidad oculta: la Sombra. Lo curioso es que al final de la vida, por desgracia, es la biografía de la Sombra lo que en verdad cuenta y, curiosamente, acaba siendo lo más interesante y entretenido de las personas. Por otro lado, cometeríamos un error garrafal si nos dedicáramos a juzgar la moralidad del señor Dívar. Sobre todo, porque nadie tiene derecho a tirar la primera piedra, al menos en lo que a mí respecta, ya que en realidad, como dice el psicoanalista John Sandford, el hecho de moralizar sobre el Mal es ya una forma de sucumbir a él. Por ejemplo, si usted atacara el mal como defensa para no ver su propio Yo, sigue diciendo el psicólogo, estaría cometiendo el mismo error en que incurrió el doctor Jeckill. De modo, amigos míos, que en el caso que nos ocupa, lo más sensato y saludable sería pensar que nosotros no lo haríamos mucho mejor que don Carlos. Al menos, un servidor de ustedes. Porque si llegara don Mariano, un suponer, y me nombrase Gobernador de Zamora, que San Damián no lo permita, estén ustedes completamente seguros de que prevaricaría y malversaría fondos reservados a manos llenas. Además, tendría una becaria de mil fuegos para que en invierno me moviera amorosamente el brasero. Por este único motivo no me he dedicado a la política. Ahora mismo, seguro que ya estaría uno en la cárcel, repartiéndose los dividendos con el amigo Urdangarín, los del caso Gúrtel y el guripa andaluz de los ERE y sus millones confiscados. Desde mi punto de vista, lo que le conviene al señor Dívar es confesar los hechos, devolver lo gastado y, por supuesto, salir del cargo como alma que lleva el diablo. Vería así cómo más de una parroquia se colaría por sus huesos de monaguillo alucinado. Porque algo alucinado sí que parece este señor.
UNA MAÑANA EN BADAJOZ CARTAS A DORA MALENGO 6 DE JUNIO DEL 2012 Querida Dora: el último fin de semana hemos celebrado en Trujillo el noventa cumpleaños de mi suegro. He pasado calor, naturalmente, pero ha merecido la pena porque he coincidido con muchos amigos de toda la vida. También he comido con mis hermanos en La Majada, donde nos bebimos un par de botellas de Habla. Incluso he podido trabajar en la novela, no mucho, claro está, pero sí un par de horas cada mañana. Salvo la del lunes, ya que nos fuimos a Badajoz para que el oculista, nada menos que el doctor Sánchez Trancón, comprobara que mi suegra puede seguir un par de años más sin operarse de cataratas. Mientras la consulta, yo aproveché para darme un paseo por el centro de Badajoz. Me senté en la plaza de San Francisco, di una vuelta por la maravillosa calle Menacho, subí a la plaza de San Juan y me fijé en que las persianas de Previasa estaban subidas, como si todavía esa oficina sirviera para algo. Después estuve ojeando unos libros en Universitas. ¡Qué maravillosa librería! Claro que no tenían ninguna de mis novelas, que es lo que suele pasar cuando los autores preguntan por lo suyo. Más tarde fui a ver a Floro Buenavida, algo más menguado, tanto de cuerpo como de ánimo, que por aquellos años felices de los ochenta. Y, como a eso de la una y media, nos fuimos todos a tomar el aperitivo a La Marina. Por allí apareció gran parte de la familia Buenavida. Siempre tan amable y simpática y generosa con nosotros. Sobre las tres comimos en la Venta de Don José, según salíamos para Trujillo. No comimos mal, pero tampoco bien. En general, encontré a Badajoz más bonito y arreglado que nunca, si bien un poco triste, como si le faltaran piezas fundamentales que lo hicieran sonreír. O, tal vez, a mí me sobren demasiados años como para que todo resulte igual de alegre que antes, cuando éramos jóvenes y la vida nos esperaba a la vuelta de cada esquina, como si el tiempo no fuera con nosotros y nos dejara la tarde libre. Pues bien, nada más llegar a Trujillo me eché a dormir la siesta y sólo recuerdo que soñé contigo. Al despertar, me duché con agua fría, elegí una butaca del salón, junto a uno de los balcones que dan a la plaza, y leí a Virginia Woolf. Al poco rato, me dio la impresión de que el pasado, la mañana y todo lo demás habían sido un sueño. Sólo tú parecías real.

1 de junio de 2012

ULTIMOS DIAS EN MADRID

CARTAS A DORA MALENGO 29 DE MAYO DEL 2012 Querida Dora: ayer lunes fui a los toros con mi nieto. Toreaba un novillero de Zamora, Alberto Durán, y con él iba de banderillero mi yerno, Javier Gómez Pascual. No se si verías la corrida por televisión, aunque me parece, por lo que recuerdo, que tú no eres muy taurina ni cosa parecida. Claro que podías descolgarte desde tu atalaya y aparecer en una barrera, ligera y estilizada, con esa luz morena y cegadora con que has mirado siempre. Yo, al menos, toda la vida te recordaré deslumbrándome. Después te brindaría no la muerte de un toro sino la de cualquiera que no te mirara. Tarde calurosa. Y cuando hace calor parece que las cosas pesan en exceso, incluso el pañuelo de pedir la oreja. Tal vez por eso no se la concedieran. Pero, como te digo, fui acompañado de Mario, mi nieto, y me sentí como si la vida me regalase un remanso de algo que me debía desde hacía tiempo. Empiezo a pensar que los nietos son la última pasión de los hombres. Después cenamos en una de las terrazas de seto verde y sombrilla de lona que hay en la calle Jorge Juan. Mario estuvo especialmente cariñoso conmigo. Sentí esa misma emoción, idéntico arrobo, de la que habla Pater en su libro sobre la belleza y el Renacimiento. Por eso sentí mucha pena cuando mi nieto tuvo que marcharse para Zamora. Hoy tiene, según cuenta, un examen de Tecnología. Digo yo que será en esa clase donde lo enseñen a manejar el teléfono móvil y los ordenadores y todo esos videojuegos adictivos y un tanto tenebrosos. Cualquiera sabe. En realidad, como Mario va a cumplir muy pronto los quince años, lo veo cada vez más como un ser puramente de lejanías. Quiero decir que para pasar un rato con él y él quiera estar conmigo tiene que suceder una de esas conjunciones planetarias misteriosas que sólo suceden un par de veces cada siglo. Ayer fue una de esas veces. O sea, que ya estoy hecho un abuelón insoportable y babeante y, como dice mi amigo Fernando Estévez, lo que en el fondo demando son mimos y más mimos, es decir, que si me dejara crecer la barba me parecería al abuelo literario de Galdós, incluida su ternura y su mala leche y en ese plan. Pues sí, mañana, mi querida Dora, nos vamos de nuevo para San Marcial. Las cosas no se han puesto muy bien que digamos para mis intereses literarios. Por motivos familiares graves del distribuidor y librero, Santiago Palacios, tenemos que aplazar tanto la presentación de mi nueva novela, que iba a ser el jueves, como la firma en la Feria del Libro. Nos debemos a los acontecimientos que la vida nos vaya orquestando y, si son serios, como es el caso del pobre Santiago, no hay más remedio que conformarse y decir amén y para eso estamos. Lo que en realidad quiero decir es que no soporto ni un día más los calores de Madrid. Me voy al pueblo, a vivir entre muros anchos y conventuales, en plan padre abacial y putativo, a ver si la cosa funciona y me envalentono y termino por fin la novela que llevo entre manos. Así que hoy es mi último día de estancia en Madrid y, como despedida oficial, esta tarde me acerco a la exposición de Kirchner, aquí muy cerca, en el Paseo de Recoletos. Ya te contaré más adelante, cuando vuelva a tener unos minutos libres para acordarme de ti.

NO QUIERO HABLAR DEL GOBERNADOR

La catedral del dinero, o sea, el palacio de Alcañices, antigua residencia del conde de Sesto, es desde 1891 la sede del Banco de España. Quiero decir que es la catedral mística y fundacional de la cosa económica y neoliberal para todo el siglo XX español. Yo no entiendo un bendito carajo acerca de los belenes monetarios que se organizan en sus avernos dorados, pero según dicen de su cachicán, un tal Ordóñez, el último guateque organizado por él se llama Bankia y ha sido memorable. Muy parecido al de Peter Sellers, donde recuerden que no quedó piedra sobre piedra. La verdad es que me hubiera gustado haber sido invitado al contubernio lírico/monetario. Siempre me tiraron las fiestas por todo lo alto y, sobre todo, eso de bailar hasta bien entrada la noche, aunque mi pareja sea tan peligrosa como la mismísima prima de Riesgo. Por cierto, hubo un tal Honorio Riesgo, tío bisabuelo de un servidor, que fue presidente de las Cortes durante un par de legislaturas en la Segunda República. En consecuencia, la prima de Riesgo digo yo que debe de ser pariente mía. Pero no quiero hablar hoy de mi familia ni del dinero del cepillo parroquial del señor Ordóñez ni de la lista provisional de mangantes y apesebrados institucionales que Zapatero distribuyó por todas las estancias del Estado, como en una siembra del cereal que nos ha dejado a todos como empanados y a los pinreles de los mercados. Con lo juanetudos que son los pies de los mercados, demasiado feos para un fetichista pedicuro como un servidor. Por otra parte, se sabe que hay informes financieros, honrados y veraces, redactados por inspectores del Banco de España, que fueron disimulados, inhumados, por el señor Ordóñez, es decir, por el mayoral del Banco de España, banderillero a tiempo completo del propio Zapatero. Pero, como digo, no quiero hablar del señor Ordóñez, don Mafo, aunque sea socialista y rojo hasta las cachas, socialista de sangre y cuenta corriente, justo desde las colas de la despedida al catafalco de Franco y el caballo solitario y enlutado hasta fecha de hoy. Como casi todos ellos. Pero ni siquiera pretendo hablar de Zapatero, en cuya hégira feliz fue dejando las cunetas sembradas de cadáveres financieros. Diría él que lo mejor para el partido era mirar hacia otro lado, esconder las vergüenzas y confiar en la propaganda, eficacísima, por cierto, durante sus dos legislaturas mendicantes. Hasta que llegó el desastre electoral del veinte de noviembre, fecha en que el pobre Zapatero se liberó de la ingente tarea de cargarse un país en cómodos plazos, como los de una de esas hipotecas tóxicas y apestosas de la banca Lehman. Pero tampoco quiero hablar de la banca ni de Bankia ni de cómo su consejo de administración, cuajado de sindicalistas y sans-culottes millonarios, se montaba el ferragosto, mientras al alza valoraban edificios de cielo rojo, persianas caídas y goterones en los tejados. No quiero hablar de nada que suene a dinero porque, en primer lugar, es de mala educación, y, después, porque ya está bien de economías, balanza de pagos, bajonazos de bolsa y otras quiebras no románticas del corazón. Ya saben ustedes que el corazón no sólo quiebra de puro romanticismo y amores no correspondidos, sino también porque la prima de Riesgo, mi parienta, se beneficia ella sola a todo lo que se mueve en el parqué de la bolsa, que para eso mi prima es ninfómana y trabaja en una whisquería de las de antes. Y es de eso, precisamente, de lo que quiero hablar, de las whisquerías de mi tiempo, de cuando entrábamos en ellas a tomar una copa y enamorábamos a los taburetes que estaban ocupados. Pero ya no me queda espacio. Lo siento por los mercados. Tan sensibles ellos.