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30 de julio de 2012

LOLITA

CARTAS A DORA MALENGO 30 DE JULIO DEL 2012 QUERIDA DORA: no sé qué decirte para que te animes a una de esas apariciones tuyas tan peligrosas como sorpresivas, cuando uno está desprevenido y en el lugar más inoportuno. Pero tú eres así de imprevisible, siempre lo fuiste, desde que eras una adolescente y te gustaba sentarte en mis rodillas. ¿Sigues siendo aquella niña de sonrisa amplia con sabor a batido de fresa? ¿Sigues siendo aquella Lolita traviesa de cuento de hadas? Esta noche, por cierto, he vuelto a ver por enésima vez la película de Stanley Kubrick. Me refiero, claro está, a “Lolita”, la adaptación cinematográfica de la novela de Vladimir Nabokov. Maravillosa película y no menos magnífica novela. Uno de los pocos casos en la historia del cine en que se da tan difícil coincidencia. Naturalmente, si he de escoger, me quedo con la novela, ya que la creación de los personajes y de la historia es mérito indiscutible del escritor, si bien el guión de la película también es de su Nabokov. Y te diré que de los cuatro personajes principales, me quedo sin ninguna duda con el del profesor Humbert, anclado en el amor adolescente por culpa de un desengaño. Al pobre Humbert le pasó lo mismo que a mí contigo, ya que después de tu huida a ninguna parte me he refugiado en la neurosis de buscar tu rostro adolescente en todas las mujeres de mi vida. Quiero decir que la pasión de Humbert por Lolita es semejante a la que yo siempre he sentido por ti. Porque ni Humbert ni yo somos dos pervertidos, como incluso tildó Nabokov a su personaje, sino dos almas incendiadas por la pasión y como dispuestas a morir en el intento. También la otra noche pude ver una buena película de Vincente Minnelli. Me refiero, claro está, a Gigi. ¿La has visto? En esta historia, Gaston Lachaille (interpretado por Louis Jourdan), un dandi tan aburrido como todos los dandis, se apasiona perdidamente por una adolescente, Gigi, quien consigue el milagro de que el dandi recupere la alegría y el amor por la vida. Como verás, mi querida Dora, el arte en general está cuajado de historias románticas que limitan casi con el delito. Y mi amor por ti también es así, como de código penal, al fin y al cabo cuando me dejaste eras casi una adolescente. ¿Te acuerdas? Yo no andaba tan lejos. Aunque tú llevabas tacones y te pintabas los labios de lila, pero en el fondo para mí no eras más que una niña ingenua y tan llena de vida como un parque ferial en el día grande. Siempre tuyo. Antonio. P.D. En la fotografía de esta semana, verás que estamos con unos amigos en la plaza de toros de Zamora, presenciando un festejo taurino que se celebró el sábado en homenaje a Andrés Vázquez. El artículo que sigue es también en su honor.

28 de julio de 2012

ANDRÉS VÁZQUEZ

No sé por qué razón, todos estos Vázquez, toreros donde los haya, resulta que, delante de un toro, bien saben ellos cómo conjurar a las hadas del arte. Naturalmente, Andrés Vázquez no es la excepción a la regla, sino que encabeza el honor de la saga, y hoy, a sus ochenta años, sometido a todas las usuras del tiempo, quiere demostrar que en el toreo las únicas trashumancias son de las nubes que coronan el cielo de la plaza. Andrés Vázquez nunca se fue de la fiesta, ni el tiempo lo ha convertido en ningún epígrafe putrefacto de las páginas del Cossío, sino que esta tarde vuelve a los ruedos después de unas temporadas en blanco, digo yo que por haber descansado el maestro del peso de tantos años de gloria. Y vuelve a lo grande y por la puerta grande, que es su querencia natural, un camino que él se sabe de memoria, una ruta de grana y oro que ha recorrido un océano de veces, sobre todo en Madrid, cuya calle de Alcalá aún siente, como si fuera ayer, los arrebatos de adoración desbordada de las grandes tardes de toros. Andrés Vázquez es un torero sobrio porque sobria es la tierra castellana que lo vio nacer. Sin embargo, parece mentira, pero debajo de esa sobriedad cereal de camisa blanca y de domingo nublado y ventoso, aletea el prado verde y fresco y jugoso del arte de torear como mandan los cánones. Por eso me atrevo a decir que Andrés Vázquez es el imaginero castellano de la tauromaquia. Si su tocayo Pepe Luis resulta que fue la salvaje alegría de la Maestranza, Andrés ha sido la lluvia seria y nutricia y el esplendor de los mil filos de la plaza de Madrid. Y esta tarde va a demostrar en Zamora que los duendes aún le asisten, que están con él y que las emociones, esos suspiros plácidos del alma, por costumbre las tiene arremolinadas entre los vuelos de sus percales y franelas, amaestradas, diría yo, de tanto ir y venir de tendido en tendido, de corazón en corazón. Andrés Vázquez, como el hálito refrescante de las violetas tardías, esta tarde, si el toro embiste y lo quiere, nos va a recordar a qué sabe la tauromaquia castellana de siempre, la tauromaquia acuñada por los grandes de la tierra. Yo sé que él idolatra, y lo declara cuantas veces haga falta, a maestros como Domingo Ortega, Antonio Ordóñez y Santiago Martín el Viti, el mejor cartel de la Historia, en su opinión, si pudiera imprimirse. Una terna que oscila entre el dominio de la técnica perfecta y el estallido de la inspiración plástica del arte. De estas fuentes ha bebido Andrés Vázquez. Quiero decir que estos son los tres santones ejemplarizantes y didácticos que lo han llevado tantas veces de triunfo en triunfo. Y esta tarde será para él, estoy seguro, un triunfo más, porque ni siquiera el crujido agorero de la carcoma de sus ochenta años podrá con el torbellino sencillo y natural de su arte. Al fin y al cabo, el arte es arte cuando no tiene pretensiones, cuando no ha sido forzado por mano dura, y cuando se da como si alguien no quisiera darlo y lo regalara como sin querer. La sencillez tiene la apariencia de la facilidad, es verdad, pero les aseguro que sólo es patrimonio de los grandes genios. Y el toreo de Andrés Vázquez alberga, precisamente, que todo un continente de esa fragancia sencilla y, a mayores, la necesaria y vigorosa omnipotencia de los sabios. Esta tarde voy a los toros, y les aseguro que llevo el alma predispuesta a ser invadida por el vuelo rasante de mil emociones. Les confieso que me apetece este nuevo baño de nostalgia. Suerte, maestro.

20 de julio de 2012

IVONNE DE CARLO

CARTAS A DORA MALENGO 20 DE JULIO DEL 2012 Querida Dora: Por fin sé que has vuelto de tus viajes por el mundo gracias al telegrama que me llegó el otro día un poco antes de comer. Decía así: “Dora Malengo se retira a sus cuarteles de invierno”. O sea, que en pleno verano vuelves a casa para restañar las heridas del sol, de los daiquiris bajo las sombrillas y las mil y una noches en compañía de dorados fantasmas de lujuria algo más que impaciente. ¿Hasta cuando esperará el mundo tu presencia? No es fácil imaginarte a diario luciendo tu belleza detrás de las sombras. En realidad, entre tú y yo hay como un camino horadado, no solamente de horas perdidas, sino de besos inundados de olvido y como robados por un viento misterioso y desmemoriado. Sé que no existes, Dora Malengo, que ni eres real ni siquiera estás hecha de tul ilusión, pero mis sueños no mienten y su realidad es tan real como cualquiera otra y por eso te digo que tú siempre reinas en mis sueños, como una emperatriz, con tus huesos y curvas de luna joven, tu espalda invenciblemente solemne, y tus ojos negros y brillantes como carbones encendidos. La otra noche creí verte en una película de televisión, pero era Ivonne de Carlo, uno de mis amores de infancia. A decir verdad, te veo en todas las actrices que me gustan, como si todas ellas participaran de tu belleza y quisieran atormentarme desvaneciéndose tras la pantalla, como tú te desvaneces cada mañana. Pues bien, aunque no me oigas ni me sientas ni me sufras, voy a contarte lo de esta semana. Una semana, por otro lado, bastante productiva. Primero porque he terminado la novela que escribía: “Misterio en el Museo”; y segundo porque ya tengo tema para la novela siguiente y he comenzado a documentarme. Se trata de otra autobiografía, pero esta vez sobre un personaje no muy conocido por el público. A decir verdad, yo tuve noticias de él gracias a la bibliografía que utilicé para escribir la de Hemingway. Así que he decidido utilizar todo este bagaje documental para mi nuevo proyecto. El nombre de este personaje no te lo puedo desvelar porque en el mundillo literario la rapiña habita incluso entre sus renglones y páginas. Cualquier desaprensivo te levanta la pieza sin remordimiento alguno. La Literatura también esconde sus sombras y miserias. Te sorprendería la cantidad de cieno que tapiza el fondo de este pozo. Sin embargo, mi querida Dora, como dice el profesor Trías: “la belleza es siempre un velo ordenado a través del cual debe presentirse el caos”. Por cierto, esta teoría de lo bello y lo siniestro es el trasfondo de “Misterio en el museo”, la novela que acabo de terminar. Mañana sábado saldremos para Trujillo. Estamos invitados al bautizo de las gemelas, Carlota y María, de mi sobrina María Isabel. Saldremos a las doce y media, así que llegaremos a Trujillo más o menos a las tres de la tarde. Regresaremos, Dios mediante, el domingo por la noche. Pero yo sólo ansío un beso de tus labios calientes, tan calientes como un bálsamo de aguas dormidas. ¿Soy acaso demasiado ambicioso? Tuyo… P.D. El joven de la fotografía es mi padre, Antonio Civantos Galeano, situado en la proa del “Lauria”, barco donde sirvió durante la Guerra Civil. Tenía diecisiete años y las ideas tal vez demasiado claras para su edad. La fotografía guarda relación con el artículo que acabo de mandar al periódico.

LA PAGA DEL 18 DE JULIO

A un servidor lo que más le gusta del verano es la paga del 18 de julio. Después, en orden de preferencia, confieso que una buena escolanía de hetairas playeras, con sus tangas a la altura de las circunstancias, me parecería un hermoso paisaje para sofocar los atardeceres de la vejez. Otras consolaciones, salvo que se trate de un buen gazpacho, se me antojan secundarias o, simplemente, fuera de cobertura. Pues bien, recuerdo que mi padre, funcionario de Correos y Telégrafos, cuando llegaba el 18 de julio, nos llevaba a todos a misa para dar gracias por haber cobrado la paga extraordinaria y, sobre todo, por haber ganado la guerra. Porque mi padre era franquista y ganó la guerra y era funcionario y, que yo sepa, nunca le quitaron la paga. Se conoce que Franco no gastaba más de lo que recaudaba y ese era el secreto de que, cada 18 de julio, mi padre percibiera su paga y nosotros sus hijos fuéramos a misa. Todos sabemos que muchos padres de los socialistas actuales fueron muy felices con Franco, pero sus vástagos, muy demócratas ellos, no aprendieron de sus mayores que no se debe gastar más de lo que se ingresa, y que pedir dinero prestado implica someterse a las reglas de los acreedores. Sin ir más lejos, el Gobierno de Zapatero no sólo se gastó el superávit que dejó en las arcas el Gobierno de Aznar, sino que aprobó con sus cómplices parlamentarios unos presupuestos imposibles, gastó un infinito más allá de lo económicamente razonable y dejó la deuda pública, habiéndola encontrado en un 35%, nada menos que en el 80% del PIB. Incluso, en el último año de su segunda legislatura, Zapatero se gastó noventa mil millones de euros más de lo presupuestado. Naturalmente, el dinero despilfarrado nos lo ha tenido que prestar esa cosa tan terrible que llaman los “mercados”. Y ahora la izquierda en general arremete ideológicamente contra ellos por sus exigencias y condiciones de cobro. Y es que la izquierda española sólo está acostumbrada a pedir y a no pagar, a gastar a manos llenas y sin preocuparse de dónde carajo viene el dinero, como si fuera maná que cayera del cielo. O sea que dejan al Estado con un déficit de casi un 9% y todavía exigen, desde la oposición, que el Gobierno tome medidas para estimular el crecimiento económico. La palabra “crecimiento” es ahora otro de los vocablos que se han convertido en puro talismán para la izquierda. Por cierto, ¿es que hay alguna medida más eficaz para el crecimiento económico que la reducción del déficit público? Con un déficit tan alto como el que estos inútiles nos han dejado, la economía, por muchos estímulos que uno quiera disponer, no crecerá jamás. ¡Jamás! En este momento, lo necesario e ineludible es reducir masivamente el gasto público para que la deuda no aumente, el déficit baje y los mercados se tranquilicen sus exigencias porque estén seguros de que les vamos a devolver su dinero. Y, sobre todo, para que el crédito, que ahora fluye masivamente hacia las arcas vacías del Estado, cambie su rumbo y se dirija de nuevo hacia las empresas creadoras de riqueza y, por lo tanto, de empleo. Perdonen ustedes, pero me jode enormemente escribir obviedades como las de hoy. No me sienta bien ponerme tan serio. No es mi estilo. Pero estoy harto ya de tanta mandanga y de tanta cara dura y de tanto cinismo como el que exhiben estos socialistas de tres al cuarto, únicos responsables, junto a toda esa ralea de nacionalistas, de la quiebra económica del Estado, de las empresas españolas, de las Cajas de Ahorro, del prestigio del Banco de España e incluso, si se investigara en profundidad, del hundimiento del Titanic. Me apuesto lo que quieran.

15 de julio de 2012

LA CONJETURA DE SIRACUSA

CARTAS A DORA MALENGO 13 DE JULIO DE 2012 Querida Dora. Esta semana mi vida ha continuado sin demasiados altibajos, aunque mi ánimo empieza a sentir un cierto ahogo debido al enclaustramiento voluntario. Y no creas que el trabajo adelanta todo lo que yo quisiera. La novela que tengo entre manos ya debería estar terminada y las lecturas que me he propuesto avanzan con mucha lentitud. Si bien, en este último aspecto, he de decirte que la culpa la tiene un libro de Hillmann titulado “El mito del análisis”. Los capítulos que este teórico de la psicología dedica al estudio del “eros” me han entretenido, por otra parte, muy agradablemente, tanto que, una vez terminada su lectura, me he pasado sin dudarlo al “Tratado de la pasión” de Eugenio Trías, libro que ya leí hace algún tiempo, pero que ahora entiendo mucho mejor bajo la perspectiva de las teorías de Hillmann. Pues bien, cuando me canso de este asunto, corto el rollo y leo “Las aventuras de Huckleberry Finn”, una terapia maravillosa para mentes congestionadas por demasiadas abstracciones ontológicas. Naturalmente, también he visto varias películas por televisión, pero sólo recuerdo una que me haya movido a la reflexión: “INCENDIES”, una producción franco-canadiense dirigida por Denis Villeneuve. En el fondo no es más que un folletón islámico con todos sus aditamentos característicos. La historia se desarrolla en su mayor parte en el Líbano, una historia condimentada con el mito de Edipo para construir un final apoteósico y, sobre todo, bastante rentable. Además, no han dudado en aderezar la película con escenas violentas y situaciones de un dramatismo extremo, aunque reconozco que tal vez con un director del tipo Eastwood, pongo por caso, habría sido mucho peor. Sin embargo, lo más curioso es que al guión también lo han salpicado, increíblemente, con unas gotas de matemática pura, supongo que por adornarlo con un tono intelectual para impresionar incautos. Hace mención, por ejemplo, de la “Conjetura de Siracusa” y también de “los siete puentes de Königsberg”. Para que te hagas una idea, mi querida Dora, la “conjetura de Siracusa” dice que en una sucesión de números que empiece por n, el siguiente debe ser, si n es par, n/2, y si n es impar, 3n+1; pues bien, la sucesión así construida siempre terminará, sea n el número que sea, con los dígitos 4, 2, 1. Reconozco que es muy interesante desde el punto de vista matemático, pero que en la película no viene al caso, provocando entre los espectadores, al menos en mí, algo más de tensión de la que ya aporta la historia. Y si quieres saber lo que son los “siete puentes de Königsberg”, lo mejor será que bucees en la red hasta encontrarlo, que ha sido en definitiva lo que yo he hecho para enterarme de todo esto. Claro que también he entrado en la red para ver si por fin me daba tu paradero, pero ya ves que no he logrado la victoria, ni nadie me llama para decirme que te ha visto, ni siquiera ninguno de los muchos espías que tengo repartidos por todo el mundo con el único cometido de seguir tus pasos. Si bien te imagino tomando el sol tumbada en cualquier playa de alguna isla mediterránea. Por cierto, Hillmann habla en su libro del sufrimiento provocado por amores imposibles como el nuestro; dice que el alma aprende y hace psique gracias a dicho sufrimiento, por lo que es totalmente necesario para ella. Mi querida Dora, te aseguro que preferiría un aprendizaje menos convulso y sacrificado. Escríbeme pronto. P.D. La fotografía hace relación al artículo siguiente, ya que hablo de los felices cincuenta, las empleadas de hogar y las coplas de Antonio Molina en la radio de mi abuela, que es la señora que está al lado de la cesta de la merienda. Yo soy el niño del babero y estoy junto a mi abuelo Antonio Civantos Rodríguez. Esta es la fotografía que más cariño tengo de todas las que me han hecho en la vida.

¡SOY MINEROOOO!

Los mineros arrastran sus candelas al tiempo que su victimismo histórico. Incluso Antonio Molina les dedicó esa copla tan famosa que hizo llorar a todo el gremio de empleadas del hogar durante los felices cincuenta. Mi abuela tenía una radio, con una Babel de ruidos extraños, donde primero Pepe Blanco cantó aquello del “Cocidito madrileño”, con aquella boca violenta suya que aguaba los polisones del servicio doméstico y de la Sección Femenina de doña Pilar. Pero luego llegó Antonio Molina y su carro de hijos cinefálicos y se convirtió en el amo de las ondas hertzianas, dejando tras de sí como una orgía de girasoles hieráticos, un sol muerto de celos y un tropel de criadas sumidas entre el tormento y el éxtasis. Y todo gracias a su copla sobre los mineros y a su carita tiznada de carbón y, sobre todo, a esa vocecita suya tan atiplada y temblorosa como la de un jilguero castrato. Hasta Franco y señora se emocionaban cuando de noche escuchaban la radio (creo que no hacían otra cosa) para oír los trinos del cantante y ese sostener la vocal a fuerza de jeribeques laríngeos que rozaban la extenuación alveolar y el colapso respiratorio. La verdad es que daba gusto ver a los mineros en su entrada triunfal al Santiago Bernabéu el día de la Representación Sindical del uno de mayo. Venían ellos en autobuses desde Oviedo, con sus señoras, sus bocadillos de jamón y sus uniformes de hacer gimnasia. En mi vida he visto aplaudir tanto a Franco como cuando hacían su aparición en el estadio los mineros asturianos. Era como la salvaje alegría de los carreteros bajo la luna. Y luego, qué sincronización en las piruetas, qué intensidad en sus movimientos, qué pulcritud y elegancia en sus andares. Ni que decir tiene que, tras la Guerra Civil, la minería fue un sector de atención preferente del Régimen, tanto política como económicamente. ¿Se acuerdan de aquel NODO en que se veía bajar a Franco a un pozo minero? No es que luego se quedara de picador en el agujero, cosas del lumbago, pero allí estaba él, bajo palio, con dos cojones, con los obispos y los tecnócratas del Opus Dei. Aquellos sí que eran buenos tiempos para la minería. No como estos de ahora en que los dueños de las minas no quieren dar cuenta de las mil millonarias subvenciones que reciben, lanzando a los mineros contra el Gobierno cuando se las reducen por agotamiento de fondos o falta de competitividad. Además, según dicen, el carbón se ha convertido en una antigualla y, para colmo de males, el nuestro es de mala calidad energética y no sirve ni para el brasero invernal bajo las faldas de la camilla. Quiero decir que la minería ya no es un sector rentable y, en consecuencia, hay que reconvertirlo en lo que sea, es decir, en oficinas de Vodafone o Movistar, que es lo que ahora se lleva y lo que demandan los viandantes, al menos hasta que las linternas mineras se transformen en bandadas de luciérnagas digitales.com. Una pena, amigos míos, una pena, porque dentro de nada nos vamos a quedar sin mineros, quienes de toda la vida han sido el emblema proletario del trabajador español, el orgullo de la raza y de aquellos coros y danzas de don José Antonio Elola-Olaso, jerifalte olímpico del Régimen y entrenador del espíritu nacional de la minería en su faceta gimnástica y de romería hasta la capital, con señora incluida. Pero ahora los mineros vienen andando a Madrid, sin dinero y sin bocata, pero con magníficos misiles tierra-aire. Yo lo único que puedo hacer por ellos, en recuerdo de Antonio Molina, es alquilarles la cabra amaestrada, la escalera, el perro y la corneta de cuando la mili. Y a muy buen precio. O sea.

7 de julio de 2012

LA PARTÍCULA DE QUIEN ?

A uno se le va un poco la cabeza con este asunto de la partícula maravillosa que han encontrado los físicos, como si tal cosa, algo así como en un túnel de lavado. No es de extrañar, por tanto, que los chicos de la ciencia anden, por lo que se ve, un tanto alocados y como fuera de órbita por lo del invento. Sin embargo, a mí que no me vengan, pero si dicen que de hecho no han visto la bolita, que sólo saben de cierto que está ahí, como dando vueltas por todo el Universo, pues yo vería normal que se mascullara cualquier cosa sobre algún gato encerrado o frase por el estilo. No obstante, concedámosles el beneficio de la duda y aceptemos, así, a bote pronto y como el que no quiere la cosa, que la partícula dichosa es nada menos que la partícula de Dios, sin que sirva de precedente y aquí paz y después gloria. O sea, que, de pronto, los científicos se han vuelto unos magos de Oriente y han dejado a los filósofos a la luna de Valencia, ya que si han descubierto ese etéreo principio que andaban buscando los presocráticos, y también toda esa cosa misteriosa del Ser que decía Heidegger, ¿para qué nos sirven ahora los señores de la metafísica y demás parientes? Decía Ortega que el filósofo no se coloca ante su objeto lo mismo que el científico ante el suyo, pero que a diferencia de éste, ignora, precisamente, cuál es su objeto, y de él sabe sólo que no es ninguno de los demás objetos, es decir, justo la partícula que los físicos acaban de descubrir. Me refiero a que los filósofos empiezan a sobrar lo mismo que los teólogos, porque, en realidad, para andar por casa ahora ya nos basta con la dichosa partícula, y si hay que dedicarle una novena, misa o cosa por el estilo, digo yo que los curas estarán encantados de que por fin se haya producido una manifestación sagrada, aunque la epifanía sea más en plan microcósmico y no nos sirva para levantar una basílica y organizar una romería, por ejemplo, como la de los mineros asturianos de Rubalcaba y Largo Caballero, que buena nos ha caído. Sin embargo, la Prima de Riesgo, por mucha aparición divina que se haya producido, ahí sigue su gambeteo inconcluso, unas veces arriba, otras abajo, y a la Habana me voy, te lo vengo a decir. O sea que el gremio de los filósofos, la curia de los teólogos y el clan marsellés de los científicos están a lo que están, mientras a los “mercados” les importa una vaina que por fin sepamos por qué carajo se produce la materia y si la partícula esa, o bosón de Higgs, es la jodida Idea platónica, la Sustancia aristotélica, los Universales de los escolásticos, la Cosa en Sí de Kant, la Voluntad de Schopenhauer, el Absoluto de Hegel, el Ser de Heidegger, o la madre que parió a don Albert Einstein, que debió de ser una señora de mucho mérito. En realidad, hasta que este descubrimiento científico no se traduzca en mercadería industrial, es decir, en televisiones de cuatro o cinco dimensiones, tostadoras al segundo, teléfonos andantes o en lavadoras de blancura superferolítica, a los callejeros viajeros de este mundo les va a importar el hallazgo así como un bledo monumental. Porque yo les digo que si el descubrimiento hubiera tenido valor, habrían subido a los científicos a un autobús, les habrían puesto unas bufandas y les habrían llevado a la Cibeles para cantarles la Marcha Real, entre berridos populares, borracheras monumentales y alguna que otra jaculatoria de añadidura. Claro que estos honores, en realidad, sólo están reservados para otra clase de héroes. Muy dignos, eso sí, pero en otro estilo.

6 de julio de 2012

EL ASESINO DE VENECIA

CARTAS A DORA MALENGO 1 DE JULIO DEL 2012 QUERIDA DORA: te escribo de nuevo porque me acaba de llegar por Seur mi nueva novela. ¡EL ASESINO DE VENECIA! De aspecto es un libro precioso y sumamente atractivo. Yo creo que se va a vender muy bien, dentro de cómo está hoy el consumo de libros, naturalmente. Claro que la novela no estará en las librerías por lo menos hasta septiembre, ya que en el verano nadie tiene ganas de trabajar y mucho menos con estos calores que nos asolan como si fuéramos insectos de los pantanos. Me gustaría mandártela a Londres, pero no sé cuál es el nombre de tu hotel, aunque imagino que no andarás muy lejos del Claridge o del Ritz o del Savoy, ya que de menos estrellas no hay firmamento que tú te merezca Pero, como te digo, ya tengo el libro en mis manos, que es sin duda lo más importante; luego su venta es secundaria, aunque parezca una chulería mía el decirlo. Me refiero, claro, a que lo principal es que el libro tenga una cara, un brillo, una presencia. Si la recompensa está en el esfuerzo, como decía Gandhi, te aseguro que como no haya una materialización, una evidencia, el placer se queda como a media luz los dos y no sabe lo mismo. No obstante, si la cosa funciona y a mayores hay un cierto movimiento de ventas, miel sobre hojuelas, que es lo que solía decir mi madre en estos casos. Recuerdo que alguien me preguntó un día por qué era tan importante que un libro se publicara. Y la pregunta tiene su miga, ya que cada vez que uno entra en cualquier librería, además de padecer un terrible ataque de humildad, se comprueba con tristeza que la oferta literaria es superior a la demanda. De modo que, en mi opinión, sobran toneladas de libros. O sea que para responder a la anterior pregunta, uno no tiene más remedio que echar mano de la sinceridad y contestar que desea ver sus libros publicados pura y simplemente por “vanidad”. No quisiera escandalizarte, pero te aseguro que la vanidad es la clave, no sólo de la literatura, sino del arte en general y, si me apuras, de las demás cosas de la vida. Quiero decir, mi querida Dora, que si tú piensas que entonces yo soy un vanidoso, aciertas plenamente. ¿Es pecado la vanidad? La vanidad sin ninguna duda es pecado, por utilizar un concepto moral al uso, a no ser que uno sepa en qué momento preciso uno disfruta de ella. A esto lo llamaba Schopenhauer “autoconciencia”. A decir verdad, la vanidad es un sentimiento como otro cualquiera, ya que el hombre llega a este mundo con un bagaje de prestaciones predeterminadas, apriorísticas, (Kant les llamaba “imperativos categóricos”) y entre estas prestaciones están los sentimientos. Lo importante es sentir la vanidad en el momento en que surge, saborearla, acariciarla como si fuera una mujer hermosa. Por ejemplo, cuando todo el mundo te adula durante el acto de la presentación de la novela. Entonces, si no estás alerta en esos instantes y te dejas llevar por el asalto de la vanidad, conviertes la vanidad en infatuación. Ya no eres un vanidoso sino un fatuo. O sea, un imbécil. El caso es que, después de recibir las novelas, me siento verdaderamente orgulloso de mí mismo, y estaré dispuesto a desplegar una buena dosis de vanidad cuando las autoridades me concedan la venia de presentarla. Cuánto daría, mi querida Dora, porque estuvieras entre el público, aunque te sentaras en la última fila. Por cierto, ¿has dejado Londres? ¿Dónde estás ahora? ¿Nueva York, Hong Kong, Menorca, Estambul? Siempre tan lejos que me obligas a olvidarte cada día. Con lo que cuestan los olvidos