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27 de octubre de 2012

ROMEVA, BADÍA Y TREMOSA




Cataluña nos cocina a fuego lento como si fuéramos el pavo de Navidad. En realidad, los españoles llevamos en el horno desde el mismo instante en que se aprobó la Constitución del 78. Y ahora, parece ser, que ha llegado el momento de ponernos sobre la mesa y servirnos bien doraditos y crujientes entre una guarnición de rovellons y otra de coles de Bruselas. Precisamente, ha sido en Bruselas donde Romeva, Badía y Tremosa, ese trío Lalalá del Cornellá del Vallés, se han descolgado hasta la deshidratación neuronal al describir cómo cuatro cazas de la aviación borbónica han surcado el cielo de Cataluña entre resoplidos de amenazas y avisos a navegantes. Sin embargo, nos extraña grandemente que Rajoy haya sugerido semejante plan de vuelo. Si hubiera sido aquel otro gallego de antaño, no les discutiría que la cosa no fuera bien encaminada, pero de la praxis política del señor registrador de la propiedad mucho me temo que tal medida esté alejada a más de un palmo de distancia. Para mí que Romeva, Badía y Tremosa deberían inventar algo más sutil con el fin de calentar más a conciencia el ambiente europeo. Para llevar a cabo una secesión ilegal se precisa algo más de imaginación y cultura. Sin ir más lejos, debería presentarse en Bruselas el propio rey Arturo para denunciar, un suponer, que la elaboración del cava extremeño es una afrenta de una violencia inusitada a la historia vitivinícola de la tierra catalana. También podría denunciar, digo yo, que la cabra de la Legión sea natural de Girona y que fue secuestrada por un nieto de Millán Astray durante una incursión bélica sobre algún aprisco del Ampurdán.
El rey Arturo I de Calalonia habría de escoger con mejor tino el contenido de sus denuncias, pues no creo yo que Europa nos vuelva a mandar a los cien mil hijos de san Luis con ese cuento chino de los cuatro cazas mariposeando sobre los campanarios de Berguedá y Ripollés. Para mí que Romeva, Badía y Tremosa deberían leer al menos las obras completas de Josep Pla y de Eugeni d´Ors y estudiar el arte y la vida de Salvador Dalí para que sus denuncias sobre el imperialismo español se vieran avaladas por tres catalanes universales. También podrían darse una vuelta, me refiero a Romeva, Badía y Tremosa, por la historia épica del general Batet, don Domingo Batet Mestre, nacido en Tarragona y nombrado, por la República, capitán general de Cataluña y general en jefe de la IV División Orgánica. Pues bien, el general Batet fue sin duda el gran héroe de la intentona separatista perpetrada por la Generalitat en 1934, sobre todo al elevar nada menos que al gran Lluís Companys a la categoría estelar de preso ilustrísimo. Y les aseguro que Batet de fascista no tenía absolutamente nada, sino que se limitó a que las leyes se cumplieran según el ordenamiento constitucional de la época. Curiosamente, el general Batet fue posteriormente fusilado por Franco, quien consumó así una particular venganza de muy mal gusto contra Queipo de Llano.
De manera que a Romeva, Badía y Tremosa no les debería extrañar que uno de esos cuatro cazas que gambetearon sobre los grajos de esos campanarios estuviera pilotado por el espectro del tarraconense Batet, en un recuerdo más o menos didáctico de la necesidad imperiosa de cumplir las leyes vigentes. Pero como les digo, mucho me temo que a Rajoy, un ángel blandileble de la política, esa cosa de los tambores, el olor a pólvora más o menos mojada y el retumbo de botas militares sobre el pavimento no le llame la atención en exceso. Todo lo contrario que a Romeva, Badía y Tremosa, a quienes les gustaría disfrutar de una jornada bélica en Cataluña, aunque sólo fuera para chivarse en Bruselas. Después de cobrar, claro.

23 de octubre de 2012

LA CONTRACTURA



CARTAS A DORA MALENGO
MADRID 22 DE OCTUBRE DEL 2012

QUERIDA DORA: ayer mi espalda se quebró como si fuera de hojaldre. Fue al hacer unas flexiones en el suelo. Probablemente, no estiré con antelación los músculos correspondientes y un movimiento posterior, una vez en la ducha, me avisó de que algo no iba como debía. La noche ha sido terrible, no podía cambiar de postura sin notar un cuchillo clavado en el costado. Apenas he dormido. Esta mañana, al levantarme, cada movimiento o gesto con el brazo derecho ha sido como ver las galaxias más lejanas sin la necesidad del Havel. Apenas he podido escribir y la lectura se me ha hecho imposible. Una lástima, porque después de desayunar Ortega me esperaba con su “En torno a Galileo”. El desayuno es el mejor anticipo de la lectura. Un preludio inigualable. Y la mejor hora para entender la filosofía más complicada. Pero hoy no ha sido posible por la dichosa contractura de mi trapecio derecho.
De modo que he recorrido las páginas amarillas y me he topado con el número de un fisioterapeuta que vive justo aquí al lado, en la misma calle, unos portales más abajo. Me ha dado hora para las seis en punto. Pues bien, antes de las seis he comido con suma dificultad un lenguado a la plancha en Casa Salvador, he tomado café no con menos dificultad en el Gijón y, una vez de vuelta en casa, he visto una película por la tele: CENTAUROS DEL DESIERTO. Una de las historias de amor más entrañables de la historia del cine. Y no me refiero al amor del joven Hunter por la encantadora Sara Miles y viceversa, sino al amor oscuro, profundo, desesperado y adulterino que John Wayne siente por su cuñada. Un amor que lo mantendrá en el odio y en la lucha a muerte hasta el final de la cinta.
A las seis en punto estuve frente al fisioterapeuta. Una hora bocabajo. Igual que si me hurgaran en una herida abierta con el punzón del hielo al rojo vivo. Tal vez exagere un poco, no digo que no, pero te aseguro, mi querida Dora, que sólo tu recuerdo me aliviaba del tormento. Tres horas más tarde me encontraba como nuevo.
A las diez he salido a cenar a un restaurante del barrio llamado “Piú di prima” Mi espalda ha respondido como si acabara de estrenarla. Y no digamos el estómago. El hambre me ha obligado a encapricharme de unos fetuchinis carbonara salpicados con virutas de trufa blanca. Pecado mortal. Sobre todo si los acompañas con un par de copas de champán rosé. Después me he impuesto la penitencia de un paseo hasta el Hotel Victoria, en cuya terraza he disfrutado de la compañía de un magnífico Nockando, un güisqui de malta de veinte años. Ahora estoy de nuevo en casa, sentado a mi mesa de trabajo, acordándome de ti y escribiéndote. Cuando termine, me meteré en la cama con unos poemas de Hinojosa, poeta vilmente fusilado por la República. La noche es la mejor compañera de la poesía. Sobre todo si hay luna llena. Pero el colmo de la dicha sería si tú, Dora, te aparecieras de repente, como una diosa propiciadora de la fertilidad. Entonces, la noche, la luna, la fertilidad y la poesía serían la misma cosa. Porque tú lo eres todo. Por mucho que te escondas. Siempre tuyo. Antonio
P.D. En la fotografía estoy con mi amigo Manolo Rodríguez, el primer domingo de octubre, durante una excursión a Grisuela, cerca de Alcañices. Aún la contractura no había hecho acto de presencia.  

22 de octubre de 2012

ALGARABÍAS CON DOS ACEITUNAS




Los socialistas alborotan las calles con el alarido de sus aquelarres. Ayer mismo, unos jóvenes instigados, tan instigados como analfabetos, asaltaron el colegio salesiano de Mérida. Creo que a la mayoría de los asaltantes se le trasparentaba un cerebro tricolor de escaso octanaje. También en Madrid a los socialistas les ha dado por sacar de paseo sus resentimientos históricos. Desde mi ventana del Hotel Palace, mientras me tomo el primer martini de la tarde, suelo observar el incesante bracear de los manifestados. ¡Cuánta vehemencia! No comprendo cómo esas gargantas pueden aguantar tanto griterío. Incluso la mía se resiente por el efecto de la resonancia. Sin embargo, el barman ya sabe que, en caso de algarabía callejera, el martini debe venir con dos aceitunas. La aceituna, sobre todo si es cordobesa, suaviza la naturaleza feraz de las tragaderas. A Rajoy, desde luego, no le haría falta ponerle suavizante por la sencilla razón de que tiene tragaderas de cíclope. Lo mismo que su ministro del Interior, incapaz de conseguir que uno tome su cóctel de media tarde sin la aspirina correspondiente.
         Si mi padre viviera repetiría hasta la saciedad que padecemos tiempos de preguerra civil. Sin ir más lejos, al honorable Mas se le han rebrincado las neuronas y ahí tienen ustedes otro cabaret catalán, igualito al de la Revolución de Octubre del año treinta y cuatro. Por cierto, existe una fotografía maravillosa en la que se contempla entre rejas a la totalidad del Gobierno de la Generalitat. ¡Un poema la geta que tiene puesta ese asesino de Companys! Y le llamo asesino porque, durante la Guerra Civil, mandó fusilar a más de un millar de religiosos, por el crimen terrible de creer en Dios. Después hemos presenciado un intento de asalto al Congreso; dicen que con la intención de obligar a los diputados a sacarse de la manga una nueva Constitución. Una Constitución, es de suponer, dibujada a su imagen y semejanza. Creo que pensaban en un régimen “asambleario” o parida similar.  
Luego tenemos al alcalde de Marinaleda, un macarra estelar con barba de revolucionario trasnochado, asaltando supermercados y hoteles privados con el único fin de afanar unas lonchas de jamón serrano, cinco jotas a ser posible, y bañarse después en la piscina de una propiedad ajena. Curiosamente, la propiedad privada, cómo no, vuelve a discutirse entre esta nueva oleada socialista de muchedumbre bovina con embestida iracunda de becerros sin capar. Y, para colmo de males, acaba de reproducirse el paradigma republicano por excelencia, es decir, los asaltos violentos a instituciones religiosas. Ese colegio salesiano de Mérida ha sido el primero y les garantizo, por esa ley infalible de los mimetismos humanos, que no será el último. De modo que recomiendo a las religiosas que vayan probándose los nuevos cinturones de castidad, moda otoño/invierno, porque ya falta menos para una nueva demostración de incontinencia sindical.
         La verdad, no sé si el ambiente será de preguerra civil, pero les aseguro que al Gobierno del señor Rajoy, ese caballero de la mano en el pecho, no le importa en absoluto. Parece como si el único problema para el PP fuera la prima de riesgo. La unidad de España, el orden público y la seguridad de los ciudadanos no pertenecen al redil de sus responsabilidades constitucionales. Así que empiezo a llenar las maletas y actualizar el pasaporte para volver a Messolonghi, de donde nunca debí salir. Lo cierto es que echo de menos sus atardeceres, las tertulias de café con otros exiliados y, sobre todo, los martinis en el Hotel Liberty, un lugar tan bueno como cualquier otro para llorar por la España que nunca será. Uno ya no está para jugar con el mosquetón, como Mambrú, pero todavía le quedan fuerzas para disfrutar los aromas de un par de copas. A bayoneta calada.

16 de octubre de 2012

EL LIBRO ROJO DE JUNG


CARTAS A DORA MALENGO
15 DE OCTUBRE DEL 2012

QUERIDA DORA: Tu ausencia y los colores tristes del otoño me vuelven como si no tuviera ganas de casi nada. No entiendo por qué te muestras tan huidiza y nerviosa. Así parece que sólo existieras en mis sueños, en mi locura de loco, en esta memoria mía tan desvencijada por el tiempo. Porque yo sé que estás ahí y que también oyes mis silencios atronadores. Sin embargo, hay como una barrera infranqueable entre nosotros, una barrera de miedos acunados durante mucho tiempo, tal vez demasiado, como si la vida misma se hubiera preocupado de que el amor jamás se dignara a mirarnos de frente. Te comprendo mejor de lo que piensas. Sé muy bien por qué te escondes, como las diosas, en la espesura blanca de la nada. Tienes miedo a mirar el abismo que provocan los sentimientos cuando se desbocan. Yo también. Pero piensa que el abismo es la vida plena, la jungla que nos protege de participar del castigo más penoso de todos: el aburrimiento. Y para mí el aburrimiento no es otra cosa que  el “no ser” de los filósofos. Cuando falta el amor, todo se marchita a nuestro alrededor, los campos se agostan, las fuentes se secan, las piedras se desmigajan y hasta la locura se vuelve realmente locura. ¿Por qué piensas que los políticos, mi querida Dora, nos tienen así de revuelto el mundo? Pues porque en su lista de preferencias han optado por el poder en vez de por el amor. Un político enamorado no es ambicioso y se enfrenta con honradez a los problemas de la gente. También un escritor enamorado escribe con esa embriaguez numinosa que sólo la diosa Afrodita es capaz de poner en su pluma. La inspiración, por tanto, sólo es posible si el amor o el odio bullen en el alma del poeta. Porque el odio, Dora, es el reverso del amor, su otra cara, y tan poderoso como él. Vivimos entre la tensión agotadora de estos opuestos, y para mí que en el punto medio habitan la nada y el tan temido aburrimiento.
Sobre la tensión de los opuestos ha escrito mucho Carl Gustav Jung, un psiquiatra suizo a quien yo he leído con verdadera devoción. Ahora precisamente estoy sumergido en la lectura de “El libro rojo”, que no es otra cosa que unas anotaciones realizadas por Bernardo Nante para la compresión de la teoría junguiana. Ya sabes que Jung fue más allá que Freud en el estudio del inconsciente. Jung pensaba que además de un inconsciente personal, límite psicológico de la teoría freudiana, existe un inconsciente colectivo cargado de imágenes primordiales preexistentes en toda la especie. A estos contenidos Jung les llamó “arquetipos”, que son los responsables de las pautas del comportamiento humano. Si te decidieras a estudiar la psicología de Jung, te recomendaría que empezaras por un libro titulado “El hombre y sus símbolos”, en el que varios autores desarrollan la teoría desde varios puntos de vista.
         Hoy también me he dado una vuelta por el museo Thyssen. La exposición que ahora funciona es la titulada “Gauguin y el viaje a lo exótico”. En realidad, lo exótico no es más que los paisajes idílicos de esas maravillosas islas del Pacífico. Y sobre todo sus esplendorosas indígenas, mujeres de inocencia entre célica y angelical retozando medio desnudas entre el follaje de una naturaleza paradisiaca. Pero no sólo hay expuestos unos espléndidos cuadros de Gauguin, sino también de otros pintores no menos importantes como Kirchner, Paul Klee, Matisse y Wassily Kandisnky, por poner un ejemplo. Desde luego, la exposición merece la pena verse muy despacio. Incluso puede dar para varios días, si se quiere disfrutar de una manera más intensa. Para que te hagas una idea de lo que te decía de Jung, la mayoría de estos cuadros representan simbólicamente la influencia en el artista de un arquetipo tan arcaico como el Paraíso Terrenal y ese afán inexplicable del hombre por regresar a vivir entre sus frondas. Sin esta tendencia arquetipal, diría Jung, no habría sido posible este arte. Ni tampoco esta nostalgia de los orígenes tan cincelada al rojo vivo en la psique humana.
         No dejes de escribirme. Siempre tuyo. Antonio

14 de octubre de 2012

LA BANDA DE INTERIOR




A mí es que me jode mucho esta España nuestra cuando se pone en plan perdularia, con los rulos erizados y el sueño legañoso. No obstante, cualquier meretriz decente tiene su chulo a la puerta y un buen policía de emergencia. Al chulo de toda la vida, español, por supuesto, yo lo recuerdo, en su plebeya hermosura, como  un tipo esmaltado de giros castizos, holgazán y con un diente de oro. En cambio, al policía sólo lo imagino con traje a rayas, mondadientes circunvolador y un walkie-talkie conectado con Rubalcaba. Pues bien, a la luz de los horrores de nuestro tiempo, la banda de Interior abandona su burdel habitual y vuelve a las andadas con su nocturnidad alevosa de vampiro y su risa triste de sonajero. Si un día robaron la sentencia judicial de Juan Guerra, los teléfonos móviles de Zougam y la documentación del caso Campeón, ayer se dieron una vuelta por un despacho de la Audiencia de Madrid, calle Prim, para afanar el disco duro que contiene los secretos del caso Faisán. Un caso, por lo demás, más claro que el agua, ya que todos sabemos de dónde salió la orden para que los etarras no fueran despiojados por el juez Marlaska. 
De modo que vivimos en un país bananero gracias a la ola de arrogancia de estos mafiosos del PSOE que, gracias al papanatismo del Partido Popular, han rociado la democracia española con la gasolina de su fascismo estalinista. Todos esperábamos que los populares, con Mariano Rajoy a la cabeza, limpiaran los establos del Estado una vez en las poltronas del palacio de la Moncloa, pero nuestras esperanzas empiezan a esponjarse en una niebla de decepciones sin cuento. Nadie entiende, por ejemplo, que el ministro del Interior, don Nosecuantos, no quiera investigar ni las pistas falsas del 11M ni el espionaje descarado a su partido ni el robo de los alijos de cocaína en un par de comisarías ni el caso Faisán y, como si lo viera, ahora querrán abortar cualquier investigación sobre ese disco duro robado en el despacho del fiscal.
Los venimos diciendo desde los tiempos de Viriato: en España no habrá una auténtica democracia hasta que no se cumpla el precepto de Montesquieu sobre la división de poderes. Porque todos estos desmanes ocurren precisamente porque los jueces viven bajo la amenaza de la “manu militari” de los políticos. La judicatura esta politizada y pervertida hasta sus linfas más espumosas, y a esto siempre se le ha llamado fascismo, estalinismo, totalitarismo y pura sinvergonzonería, por si la cosa no quedara suficientemente clara. Sin embargo, a ningún partido político se le ha ocurrido jamás debatir sobre una cuestión tan vital para la salud de cualquier democracia. Ningún político ha sondado jamás, al menos públicamente, los abisales fondos del alcantarillado español. ¿Cómo es posible, me pregunto, que haya en circulación una banda especializada en el robo de pruebas judiciales que siempre inculpan a algún miembro o miembra del partido socialista? Claro que lo peor, como digo, es la hirsuta mansedumbre de la derecha, como si esperara que algún día los mismos sicarios pudieran robar para ella otras pruebas inculpadoras. 
Delante de los gestos altivos, revolucionarios y delincuentes de la izquierda española, se alza la mirada baja, huidiza y cómplice de la caverna antañona, carcamal y cobarde de esta derecha nuestra, remisa en apresar con agallas la nada que le rodea, y a la que sólo se le da bien subir los impuestos hasta lo imposible, al tiempo que permite el vandalismo de Estado, la impunidad de los políticos mafiosos y hasta la vulgaridad inercial de la tropa nacionalista. Y los españoles, entre tanto, a la sombra nocturna de la miseria, mirando con ojos de luna llena. ¿Acaso no nos marchitamos a fuego lento?  


antoniociv

12 de octubre de 2012

CARTAS A DORA MALENGO



12 DE OCTUBRE DEL 2012

QUERIDA DORA: Estas dos últimas semanas han sido muy complicadas para andar metido en cartas. Gracias a Dios, ya estoy instalado de nuevo en Madrid y puedo recuperar la rutina de trabajo que el mes de vacaciones en Marbella consiguió alterar. Pocas cosas han ocurrido desde la última vez que te escribí, salvo la excesiva cantidad de kilómetros que me he trasegado como si tal cosa. He pasado tres días en Trujillo, ocho en San Marcial y espero atornillarme aquí de fijo, en Madrid, al menos hasta Navidad.
Lo primero que he hecho ha sido imponerme la tarea de volver sobre la novela de Hemingway, más que nada por darle un nuevo repaso y dejarla tan pulida como las corazas plateadas del desfile de hoy. Lo curioso es que parecía que el texto no admitiría más correcciones, pero me equivocaba, no te puedes hacer una idea de la cantidad de cambios que he tenido que realizar. Y aún sigo trabajando sobre ella y me temo que cuantos más repasos efectúe más correcciones necesitará. Te aseguro que la corrección de una novela le vuelve a uno decididamente neurótico. Desgraciadamente, aunque te parezca mentira, mi última novela “El asesino de Venecia”, aún no ha sido distribuida. Es una situación que no entiendo. No obstante, cualquier lector que quiera comprarla tiene que pedirla por internet a estas señas:
Los lectores de Zamora, además, la pueden obtener en la librería de Miguel Núñez de la calle Amargura.
En fin, la semana que viene, mi querida Dora, te escribiré más largo que hoy para contarte cómo me va en Madrid, si es que ocurre algo que merezca la pena contarse. De momento, acabo de instalarme, y salvo una salida al restaurante Salvador, aún no me he estrenado como paseante en corte. Creo que más tarde, cuando haya anochecido, saldré a dar una vuelta. Tal vez cenaré en alguna terraza de Recoletos, si la lluvia se detiene, y más tarde, posiblemente, acabaré tomando una copa en algún garito de la calle de la Ballesta, que se ha convertido en el nuevo “Nothing Hill” madrileño. Ya sabes que, antiguamente, la calle de la Ballesta pertenecía por derecho propio al acervo literario de Cela. Lo digo por aquello tan suyo y castizo de las izas, rabizas y colipoterras, hurgamanderas y putarazanas. En realidad, en lo único que hoy ha cambiado la cosa es en el puro asunto de la metalería que se maneja. Porque uno en la cosa de la moral, como que no es muy partidario de entrar sin que se le llame a propósito. En mi opinión, cada época tuvo su encanto y ahora la estética municipal deriva hacia otros derroteros y, aunque los neones alumbren de otra manera, para mí que allí se sigue trajinando más de lo mismo. Ya te contaré dentro de unos días, si es que te interesa seguir aguantándome cada semana. Siempre tuyo. Antonio.

10 de octubre de 2012

PERFIDIA




A Dora Malengo 
                                     

                                               1

Recuerdo que terminé de peinarme justo en el momento  que el timbre de la puerta se puso algo pesado. Se trataba de uno de esos cobradores con cara de asesino que sólo despegan el culo de la silla cuando los morosos se ponen imposibles. Y yo pertenecía a ese grupo humano mucho antes de que Dora Malengo me dejara plantado sin ninguna clase de explicaciones. Sólo me dejó una nota en el mueble bar anunciándome el repliegue de sus tropas hacia espacios más tranquilos y seguros. Pero quién podría culparla por querer cambiar de vida. Yo en su lugar habría hecho lo mismo, sobre todo si hubiera nacido hembra y con un cuerpo tan espectacular como el suyo. En realidad ni estamos casados ni tenemos hijos ni tampoco nos hicimos con un perro que habría podido unirnos más allá de las miserias y otras broncas de la vida. Dora se fue sin dejar rastro y, de la misma manera casual que un día la encontré, así la perdí.
De modo que pagué a ese cobrador los doscientos euros que debía a un mafioso sin entrañas por un par de apuestas que había solicitado sin mucha suerte. Ni que decir tiene que me quedé sin blanca. No obstante, me alegré de tener algo de dinero en el bolsillo. De lo contrario, estoy seguro de que ese tipo de un tajo me habría cortado ambas manos, pues todo el mundo sabe que me gano la vida tocando el piano en un garito de la Costa Fleming. Me dan cincuenta euros por noche y todo el güisqui que mi hígado pueda admitir sin protestar demasiado. De vez en cuando, tengo suerte y me contratan para tocar en fiestas particulares, en las que suelo sacar unos cuatrocientos por sesión. Alguna vez he conseguido ganar hasta seiscientos euros de un solo golpe. Pero mi verdadero problema son las apuestas, sobre todo cuando llega la temporada de la hípica. A mí es que las carreras de caballos me vuelven loco. No sé por qué. A decir verdad, cualquier clase de animal siempre me ha traído rotundamente al fresco. Los caballos también. Debe de ser el ambiente del hipódromo, el retumbe de los cascos de los caballos sobre la tierra de la pista, las mujeres guapas que se asoman a las terrazas, la estudiada elegancia de los hombres. El caso es que en un hipódromo me siento alguien importante y satisfecho conmigo mismo, y alguna vez he llegado a tener suerte con las mujeres, pero no así con las apuestas, ya que pierdo más dinero del que gano, como casi todo el mundo.

                                    
2

En el hipódromo precisamente conocí a Dora Malengo. En realidad la conocí en una fiesta privada donde yo tocaba el piano. Enseguida me fijé en su maravillosa y fascinante presencia. Era una de esas mujeres altas, morenas y de ojos negros que te cortan la respiración a la primera mirada. Aunque sólo se dirigió a mí para pedirme que tocara Perfidia. No sabría decir cuántos quintales de terciopelo forraban el sonido de su voz. Cuando oyó los primeros acordes, me sonrió con dulzura, se dio la vuelta y no volvió a mirarme en toda la noche. Dora venía acompañada por un tipo alto y fuerte y con una cara tan rara que era imposible que le pudiera gustar a alguien y menos a ella. Parecía más su escolta que su amante. Incluso yo habría apostado que no era ni lo uno ni lo otro.
No lo podía creer, pero a la mañana siguiente después de la fiesta, allí estaba ella, en el hipódromo, sentada a una mesa rellenando un boleto de apuestas y tomándose un vermú rojo con sifón. Cuando comprobé que estaba sola, me puse delante para privarle del sol a propósito, y juro que cuando levantó su mirada me reconoció al instante. Sólo pronunció una palabra a modo de saludo.
--¡Perfidia!
Y me apuntó con su bolígrafo justo entre mis ojos atónitos. Después me invitó a sentarme y estuvimos hablando todo lo que quedaba de mañana. La suerte no quiso que acertáramos una sola apuesta, pero creo que a los dos no nos importó demasiado, y como la noche anterior yo había cobrado dinero fresco la invité a comer en un restaurante de Madrid. Ella aceptó. Me dijo que le apetecía comer una paella en La Albufera, y sin darnos cuenta, después de tomar café, nos encontramos en la habitación de un hotel. Como era domingo, yo no tenía que ir a trabajar y ella me dijo que de momento no había en su agenda ningún compromiso que atender. Así que después de la segunda botella de champán, decidimos que viviríamos juntos hasta que el cuerpo aguantara. Sólo me puso como condición que no le hiciera preguntas sobre su pasado y que viviríamos en mi casa. Acepté si pensármelo dos veces, y así pasamos dos años maravillosos. Dora me dijo desde el principio que no tenía dinero y que tendría que ser yo quien la mantuviera. A cambio me prometió que me daría todo el amor que su corazón le permitiera darme y que cuidaría de mí mejor que una madre. Y a fe mía que así lo hizo durante dos espléndidos años. Pero la escasez de dinero era excesiva y las muchas pérdidas en los caballos siempre nos tenían en las últimas. Demasiados sacrificios y renuncias para una mujer como ella. Así que un día se fue de casa. Y no sé cómo pudo aguantar tanto tiempo conmigo. Una mujer tan hermosa como ella podría haber aspirado al hombre más rico de la tierra. No entiendo qué pudo ver en mí.


                                      3

Después de pagar aquellos doscientos euros, me quedé más arruinado que nunca. Para mi desgracia, las fiestas particulares se habían reducido a la mínima expresión, como si los ricos hubieran desaparecido de la faz de la tierra. Y para colmo en el club no me subían la paga aunque les fuera la vida en ello. Pero no había más remedio que resistir el temporal. Sin embargo, aquella noche interpreté la música con mucho sentimiento. Mejor que nunca. Tal vez la pobreza tenga algo que ver con la inspiración del los artistas. Normalmente, cada noche, al piano sólo le pongo algo de oficio y estudiada profesionalidad, entre otras razones porque el auditorio habitual no se merece otra cosa. Al fin y al cabo, ni la clientela ni las chicas suelen darse cuenta de que hay alguien sentado al piano. Sin embargo, como digo, esa noche me sentí inspirado y las notas volaban como llenas de algo mágico y desconocido, al menos de muy distinta manera a la mayoría de las noches. Tanto que una de las chicas primero me miró, después vino hacia mí y, tras sonreírme como una diosa, me puso un beso muy suave en la mejilla. Jamás en la vida me había sentido mejor pagado. La verdad es que nunca había intimado con las chicas del club más allá de los saludos amistosos, alguna frase sobre el tiempo y poca cosa más. Por eso aquel beso tuvo tanto valor para mí. Tanto que, después de cerrar el club, me fui con la chica a su casa. Me dijo que se llamaba Elisa, aunque allí todo el mundo la conocía por Sheila. Vivía sola y, según me confesó, no tenía novio ni ganas de tenerlo, así que me quedé en su casa un par de días, disfrutando de su hospitalidad. Justo hasta que una mañana, hojeando una de esas revistas del corazón, me fijé en que salía Dora en varias de las fotografías. Pero no se llamaba Dora Malengo, como ella me había dicho, sino Pilar de la Gándara, y allí decía que era la heredera de una de las fortunas más grandes de España. No me lo podía creer. Lo curioso es que cuando llegué a casa, Dora había vuelto y me estaba esperando como siempre, con el mandil puesto, metida en la cocina y con una cuchara dándole vueltas a un puchero. No podía entender aquella actitud suya. Me refiero a que hacía tres meses que se había ido harta de mí y de la vida de pobre que tenía a mi lado y ahora volvía sin más y sin avisar y con una mirada como de nunca haber roto un plato. Cuando me vio en el quicio de la puerta, ella vino corriendo hacia mí y me abrazó y me besó como si jamás se hubiera marchado y como si yo en realidad fuera el hombre de su vida. Me puse muy nervioso y sólo acerté a decir: “¿por qué has vuelto, niña rica?”, y ella me contestó, mareándome con sus ojos negros: “porque nadie toca Perfidia como tú”. Pero para mí que son cosas del corazón.

  
                                      FIN

8 de octubre de 2012

BAJARSE AL MORO




Después de poner la cama en Cataluña, llega Rajoy, en un acto de puro vicio, y se baja al moro. No entiendo cómo todo el que se sube al trono de la Moncloa tiene que rendir pleitesía tanto en Barcelona como en Rabat. Entendería que fuese una cuestión de tamaño en el caso de la morería, cuya fama alcanza cotas de leyenda, pero en lo que se refiere a nuestros polacos me niego a creer en las venturas, pongo por caso, de Jorgito Pujol y su descendencia ferrusolana. Se felicita Rajoy por la eficacia marroquí mostrada en el control de la emigración ilegal, pero nadie en su sano juicio puede creer que cumplan lo pactado sin recibir nada a cambio, pues ya sabemos de siempre la habilidad de nuestros vecinos en el comercio de toda clase de mercaderías, desde las alfombras para el adosado hasta el canuto del chaval y toda su panda.
En el lugar de Rajoy, ahora que está bajo los efectos gozosos del vicio nefando, uno le preguntaría al alauita por los secretos del 11M que esconden sus espías, es decir, trataría de sonsacarle, porque seguro que lo sabe, los nombres de los españoles: políticos, funcionarios y terroristas, que participaron en tan horrible matanza. Al fin y al cabo, el atentado no tenía otro objetivo que Rajoy perdiera las elecciones, aunque es posible que a éste tampoco le interese saber la historia peninsular de la infamia, prefiriendo que todo aquello permanezca enterrado bajo el estiércol de una sentencia amañada, y evitarse así las molestias que siempre implica devolver la paz a los muertos.
         Pues bien, según nos dice la experiencia, si a los catalanes les apacigua el color del dinero, y Rajoy les acaba de apoquinar una miríada de millones de euros, a los marroquíes sólo se les tranquiliza transigiendo con sus pretensiones en el asunto del Sahara; y por ahí creo yo que van los tiros de las buenas relaciones entre los dos países. De modo que vayan dilatando los chicos del Polisario porque, en nada que se descuiden, el tal Mohamed va a poner en marcha la tuneladora y les va a abrir una fístula como el canal de Suez. Una vergüenza para la ONU que aún sigan coleando los problemas de la descolonización del Sahara, uno de los episodios más vergonzosos de la diplomacia de Franco, si bien éste se encontraba entre la flebitis y los electrodos del marqués, y ya no era ni la sombra de sus antiguos terrores ni, mucho menos, aquel César Visionario y su guardia mora con retumbo de cascos en el pavimento. Recuerdo que, desde la puerta de Chicote, lo veía yo pasar, como una estatua, asomado al Rolls Royce que le había regado Hitler, mientras me tomaba un negroni con aceitunas a la espera de que la Pasionaria, que en paz descanse, convocase la huelga general de la minería asturiana, y que Radio España Independiente anunciara, desde Checoslovaquia, la caída del Régimen y de todos sus falangistas y tecnócratas del Opus, es decir, de los padres y abuelos de casi todos los que hoy militan en la izquierda española, nacionalistas catalanes y vascos, seguidores del Barsa y demás indignados de la Historia.
         Sin embargo, es posible que el sometimiento actual de moros y polacos haya sido como consecuencia, y no voy muy descaminado, del miedo que provoca Soraya Sáenz de Santamaría, sobre todo cuando sale en televisión y amenaza con aplicar la ley hasta sus últimas consecuencias. No me ha extrañado, por tanto, que Arturito Mas y el joven alauita se hayan puesto a temblar como dos niños ante la terrible reprimenda escolar de la “seño”. Ni Carrero Blanco, cuando abarquillaba las cejas, metía tanto miedo como esta Sorayita nuestra.