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19 de octubre de 2015

EL INVISIBLE PAUL AUSTER



Acabo de leer “Invisible”, una de las novelas de Paul Auster, la novena según dicen, y aunque no me gusta escribir sobre autores vivos, hoy quiero hacer una excepción. Siempre me ha caído bien este tipo y todo lo que he leído de él me ha parecido magnífico. Sinceramente, creo que Paul Auster es un buen contador de historias y a mí me gustan los escritores que saben contar historias sin más complicaciones intelectuales. Sin embargo, he de decirles que en esta novela, Invisible, si bien ha conseguido atraparme desde el principio, nada más terminar su lectura, pues eso, que me he sentido algo decepcionado.
Personalmente, me incomodan los escritores que tratan mal a sus personajes más inmorales, de baja estofa, como si nada más poner sus nombres en el papel la máquina de escribir empezara a soltar pestilencias. Paul Auster sabe muy bien que las buenas novelas no se construyen con buenos sentimientos, como decía André Gide, sino que la inmoralidad y la incorrección política deberían ser la argamasa, el tejido conjuntivo que aglutinase todos los elementos de la obra. Resulta una contradicción alarmante que el personaje llamado Adam Walker, el protagonista principal de invisible, viva una historia de amor incestuosa sin ningún sentimiento de culpa,  y al mismo tiempo se rasgue las vestiduras, hasta unos niveles de neurosis galopante, ante el asesinato que otro personaje, Rudolf de Born,  comete en defensa propia. Es posible que aquel atracador callejero, con pistola en mano, no mereciera tantas puñaladas, pero no es creíble el hecho de que nuestro héroe padezca un remordimiento excesivo por no haber denunciado el crimen a tiempo. Curiosamente, este sentimiento de culpa es el núcleo central de la novela. Demasiado endeble, desde mi punto de vista.
En mi opinión, el personaje mejor construido de la historia es precisamente el criminal, Rudolf de Born, al menos es el más coherente de todos ellos y, por lo tanto, el más inquietante y literario. Una lástima que los personajes femeninos entren y salgan de la historia sin que el lector sepa a qué atenerse con ellos. La hermana se diluye en el aire, algo verdaderamente imperdonable; a Margot, otra mujer digna de tenerse en cuenta, se la quita de en medio por la vía rápida, es decir, desaparece como por ensalmo. Al final, no sé sabe muy bien qué es lo real y qué es ficción en el conjunto de la totalidad literaria, si bien puede ser que ésta sea la sensación que el autor haya querido trasladar a sus lectores. En tal caso, lo cierto es que lo consigue plenamente, pero también es cierto que las historias que no se cierran bien suelen evaporarse de la memoria para siempre. No dejan poso alguno, como si jamás se hubieran leído.
También las últimas páginas son de lo más deprimentes. El final no hay por donde cogerlo. Esa es la verdad. No se sabe muy bien si el malvado Rudolf de Born está preso en una isla del Caribe, como Dreyfus en la Isla del Diablo, o está allí retirado y dispuesto a escribir sus memorias o las últimas voluntades. No está nada claro. Y que sea Cecile, un personaje femenino de lo más insignificante, quien cierre la novela, me parece un error claramente monumental. Una novela escrita con la técnica de varios narradores resulta terriblemente complicada, sobre todo después de leer “Mientras agonizo”, de William Faulkner, que es de una perfección casi milagrosa. En mi opinión, si Paul Auster se hubiera dejado de tanta floritura narrativa, el resultado tal vez habría estado a la altura de su fama. Claro que por otra parte el escritor me ha mostrado el camino de cómo no se debe encauzar narrativamente una historia. Una lección a la inversa que sería de agradecer. Sin embargo, he de reconocer sin empacho que la habilidad del autor consiste en mantenerte pegado al libro desde la primera página hasta la última. No es de extrañar que este escritor tenga tantos millones de lectores en todo el mundo. Repito que Paul Auster es un tipo que me cae bien, por eso escribo sobre él, a pesar de que esté vivo. Y que sea por muchos años.