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2 de marzo de 2018

A LA RECHERCHE

Viernes, 9 de febrero
Paso toda la mañana en la cama con un libro de Madame de Staël. Esta señora está realmente obsesionada con su padre, Jacques Necker, por tres veces ministro de finanzas de Luis XVI. Claro que su obsesión se extiende también, aunque en sentido contrario, nada menos que a Napoleón, quien dijo: “La culpa de la Revolución la tuvo Necker, aunque sin ella yo nunca habría sido emperador de Francia”. Madame de Staël emplea seiscientas páginas para defender a su padre. Pero lo importante es que detrás respira una mujer de una inteligencia finísima. Ya saben lo que Benjamin Constant destacó de esta señora en su diario: “Todos los volcanes son menos ardientes que ella”. Dicen que no era muy agraciada en lo físico, pero los hombres caían rendido a sus pies por su magnetismo personal. Al parecer tuvo una buena manada de amantes.
         Me levanto para comer. Después voy a tomar café al Hotel Palace. Me encuentro con mi amigo Julio, una de las personas más aburridas que conozco. Es el motivo por el que me cae bien. Hoy hemos hablado de “blues”. Coincidimos en que a Billie Holiday hay que escucharla en verano y durante la siesta. La intensidad del calor y el adormilamiento propio de la hora son las circunstancias más idóneas para saborear placenteramente las emociones que genera esa música. Le digo a Julio que mi canción preferida es “Lover man”. Me responde que él, en cambio, prefiere “Summertime”.
         A las seis y media me paso por la Fundación Maphre para ver la exposición de Derain, Balthus y Giacometti. Nunca me gustaron las obras de arte amontonadas tanto en museos como en exposiciones, pero es la única manera de contemplar a los grandes maestros. Para como de males, confieso con cierto pesar que, en la de esta tarde, he sentido una terrible decepción. Buscaba la pederastia pictórica de Balthus y me encuentro con los restos de un naufragio. ¿Acaso ha sido censurado? Recuérdese lo que han sido capaces de hacer, tanto los ingleses como los alemanes, con la obra del austríaco Egon Schiele, pintor áulico de vaginas y otros enseres enigmáticos. Entre otras lindezas le han llamado pornógrafo.  Pues bien, de la misma logia son Balthus y Gustave Courbert, que también son pintores vocacionalmente vaginales. Claro que a Balthus las vaginas que más le gustan tienen mucho que ver con el sector de las “Lolitas”, como a Humbert Humbert, el personaje de Nabocov. Pues bien, que nadie busque en esta exposición madrileña, en pleno arroyo Valnegral, cualquier atisbo de pecado mortal u otros incentivos al uso. A la salida, en la tienda, compro las “Memorias” de Balthus. Las compro con la esperanza de que me den más satisfacciones que los cuadros de la muestra.
         Después de cenar veo por televisión una película: “La edad de la inocencia”, una adaptación de la novela de Edith Wharton. Se trata uno de los pocos casos en que las imágenes me gustan más que las palabras. Scorsese realizó, desde luego, un trabajo perfecto. Creo que lo habría firmado el mismísimo Visconti.  Imperdonablemente, a las doce ya estoy en la cama. Como un buen chico.

Domingo, 11 de febrero.
A la una menos cuarto, misa en San Antonio de los Alemanes. Hace tiempo que descubrí la poesía que hay en las palabras rituales de una misa. “Llenos están los cielos y la tierra de Tú Gloria”. El problema surge en el momento de la homilía. Hace siglos que los curas no saben por dónde se andan. La homilía de hoy, la del cura sustituto, ha sido verdaderamente lamentable. Hemos echado de menos la ingenuidad angelical del padre Javier.
         Comemos en el restaurante “Nimú”, calle Barquillo, 40. Cada día me gusta más el vino de Toro. Mi nieto Mario, veinte años, nos dice que si no fuera por la muerte no se notaría el paso del tiempo.
         Tertulia en la terraza del Capuccino. Me acusan de hablar demasiado de mí mismo. Tienen razón. ¿Pero qué otro tema podría ser tan interesante? Al menos, para mí. Téngase en cuenta que la naturaleza, desde hace unos años, me prohíbe no sólo el placer sino el deseo. Sólo me faltaría que también me impidiera cantar las alabanzas de mi gloria. Mi hija, entonces, me echa en cara las palabras de La Rochefoucauld: “el hombre honesto es aquel que no se vanagloria de nada”. ¿Y quién ha dicho que uno sea honesto?
Al final, alguien me pregunta si, a estas alturas de la vida, me arrepiento de algo. Por Dios Santo, a estas alturas de la vida me arrepiento de casi todo. Entre otras cosas me habría gustado ser más artificial desde el principio. Habría preferido en realidad construirme una personalidad razonablemente fingida, enmascarada, trazando una raya limítrofe entre la realidad y mi conciencia. Me refiero, más que nada, a un muro pedregoso de cinismo. El cinismo es la vacuna quimérica que previene el sufrimiento debido a contactos innecesarios.
         No tengo ganas de cenar. Me quedo dormido con un documental que muestra los océanos arenosos de Marte. Recuerdo a un tipo que aseguró, en un programa de Televisión, que vivió en Marte en una vida anterior. Cuando le preguntaron por su profesión en dicho planeta, dijo que había sido chapista. Ahí perdió toda credibilidad.

Lunes, 20 de febrero.
Hoy he visto a varias mujeres con los pantalones rotos. ¿Me pregunto por qué las ricas quieren parecer pobres? Por la mañana, como a eso de las una y media, entro en el bar del Hotel Only You. Me cobran nueve euros por una copa de vino tinto. Seguramente, dos veces el precio de la botella. Como es natural, no hay clientes en cien metros a la redonda. En realidad sólo quería celebrar que había mandado una novela al premio Fernando Lara. Nada del otro mundo. Digamos que mi fiesta ha sido de un aburrimiento conmovedor.
En casa me espera una ensalada de tomate, arenques y aguacates. Me duermo durante el telediario, entre muerto y muerto. Lectura a las seis. Otro placer inigualable la acción  de pasar hojas y hojas sin que el autor se mueva del mismo punto. Sin que sirva de precedente, Proust me intriga con el misterio de las “madres profanadas”. Promete explicarlo más adelante. También dice del barón de Charlus que se comporta como una “lady like”. Creo que quiere decir que sus maneras se asemejan a las de una verdadera dama. Cada vez me gusta más ese estilo cadencioso de frases interminables. Digamos que Proust convierte la monotonía de sus circunloquios y digresiones en una maravilla literaria. Por la noche, después de cenar, elijo una película de vídeo: “El año pasado en Mariembad”. Es el colofón lento y poético de un día perfecto.


Domingo, 25 de febrero
Si mi vida es aburrida, lo más inteligente es convertir el aburrimiento en una obra de arte. Por ejemplo, no hay nada como empezar el día leyendo a Porfirio. Las cartas que le escribe a su mujer, Marcela, son verdaderamente plúmbeas, una ristra de consejos para catecúmenos a punto de jurar los votos de la vida monástica. Naturalmente, todas esas cartas parecen encaminadas a que a la pobre chica no se le ocurra echarse un amante sustituto. El caso es que me las he leído todas de un tirón, metido en la cama.
O sea que desayuno a las doce en punto. Ducha caliente y me visto para ir a misa. Iglesia de San Antonio de los Alemanes. Oficia don Javier Repullés. Un jesuita de tal inocencia que no parece jesuita.
Aperitivo y comida en Las Rozas. Nos invita mi amigo José Antonio García Marcos, doctor en psicología. Buena comida y mejor bebida. Nos presenta a su nueva novia, Isabel, mucho más joven que él. Hablamos largamente de un tema lleno de colorido: el suicidio. Resumiendo: personalmente me decanto por cortarme las venas, como Petróneo, que se desangró en la bañera, poco a poco, conversando con los amigos, incluso con tiempo para un par de copas de champán. Él prefiere, en cambio, el suicidio de George Sanders, llevado a cabo mediante una buena dosis de barbitúricos, en un hotel de Casteldefels. Por cierto, George Sanders es un actor que siempre me gustó por su dandismo. No es extraño, en consecuencia, que se quitara de en medio por propia voluntad. La muerte natural del dandi es, sin lugar a dudas, el suicidio. Sin embargo, en la nota que Sanders escribe para el juez, confiesa que se quita la vida por aburrimiento. Intolerable desde cualquier punto de vista. El aburrimiento es el caldo de cultivo de la existencia del dandi. La energía que lo mantiene en pie, además de ser la forma más elegante y digna de pasar la vida. No puede haber dandismo sin aburrimiento. La clave es, como digo, tratar de convertirlo en obra de arte. Si bien hay quien prefiere, en vez de aburrimiento, decir esplín, que viene del griego, splën, palabra que determina al bazo. La Academia también la traduce como melancolía o tedio. Los franceses, siempre tan suyos, escriben “spleen”. Sin ir más lejos, Baudelaire, el dandi por antonomasia, tiene una obra titulada “Spleen de París”, que es un conjunto de poemas en prosa sobre la vida parisina.
Los antiguos romanos señalaban a Saturno como al dios responsable de la melancolía. Después, en el Renacimiento, algunos filósofos, como Marsilio Ficino y Pico de la Mirandola, también hablaron del “Síndrome de Saturno“ como un estado melancólico del hombre, muy propio de poetas, artistas y filósofos. Es lo que hoy día se llama depresión. 

Lunes, 26 de febrero.
No he salido de casa en todo el día. He leído en la cama hasta la hora de comer. Por la tarde he visto una película magnífica: “La juventud”. Los cometarios de algunos amigos no fueron, recuerdo muy bien, demasiado favorables a esta cinta. Excesivamente lenta, decían. Pero el caso es que ahora me gustan las películas lentas, sobre todo cuando la fotografía es buena y los diálogos inteligentes. Antes prefería que mantuvieran un ritmo trepidante, pero creo que me ha llegado el momento de disfrutar de la quietud, la parsimonia, el sosiego y, también, por qué no, del silencio. Como escribí ayer en este diario, ahora trato de entrarle al aburrimiento por su lado hedonista, acomodarme en el esplín que me ofrece, subirme a horcajadas sobre su grupa. Una forma como otra cualquiera de parar el tiempo que no cesa. Si la sociedad nos ofrece un espectáculo de tres pitas a cada hora del día y de la noche, a cambio propongo el aburrimiento como una forma estética y digna de vivir.

Jueves, 1 de marzo
Leo toda la mañana. Salgo de casa a las dos menos cuarto. A las dos he quedado a comer con Marigel. Decidimos entrar en Public, calle del Desengaño. Después vamos al cine. La película es de Klint Eastwood. Se titula “15.17 Tren a París”. La verdad es que no hay por donde cogerla. Los últimos quince minutos son los únicos que logran mantenerme despierto. La hora y cuarto restante no es aburrida sino insulsa y banal. Una cosa es el aburrimiento y otra la banalidad. Sin duda es una película rodada para el olvido. Cuando salimos del cine llueve torrencialmente. Paramos un taxi y nos vamos a casa. Se impone una taza de café con leche y un cruasán con jamón de York y mermelada de naranja. A las nueve hay fútbol en la televisión. Leo tranquilamente hasta esa hora. Ceno un poco de jamón, queso, almendras, nueces y un yogur. A las doce ya estoy en la cama. Sigo con “La Recherche”.


        
        
   

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